No me gusta que me pase la vida sin
enterarme y sin apasionarme. Solo la conciencia de un Dios enamorado de mí me
despierta de mi letargo y me cambia la actitud. El gesto amable y la mirada
alegre me sitúan por encima de pensamientos sombríos y la sonrisa me salva de
la rutina.
Las personas queridas que ya han partido,
me han dejado su huella y su luz para señalarme el camino. No cae en saco roto
su ejemplo de vida. Es real su presencia continuada en mí, y eso me da fuerza.
Mi enamorado Dios vigila mis pasos
y mis horarios, me hace la vida fácil. Yo le descubro en todos los entresijos
que se van armonizando momento a momento. Actúa a través de una aparente
ausencia, pero le es imposible esconderse, porque su presencia es siempre
explosión de vida, de belleza y buen hacer.
Solemos ignorar que le llevamos
dentro y actúa a través de nosotros, nos impulsa a vivir, y, si le dejamos, lo
que más le gusta es dedicarse a amar y ser compasivo desde nuestras mismas
entrañas.
Nos moldea como nuestro alfarero
que es. No olvidemos que la vida lleva incorporado el sufrimiento y la
oscuridad, por eso también nos da defectillos y dificultades varias. Con todo
ello quiere sacar de nosotros lo mejor, no podemos dudarlo. Tiene un sueño para
mí, y para cada uno, un camino único y privilegiado de él a mí, de mi corazón
al suyo.
Quiero mimar ese corazón mío habitado
de donde brota mi emoción y mi alabanza. Donde nacen todas mis sonrisas.
1 comentario:
Así es. Amor y sufrir para crecer
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