Hay una dimensión nuestra que está
por encima de la materia y de lo visible. Esa dimensión tenemos que cuidarla,
mimarla, abonarla, dejarle un sitio privilegiado en nuestra cotidianidad.
No podemos abandonarla en el rincón
oscuro de las cosas pendientes, porque es la que nos da el motivo para vivir,
el porqué y el paraqué, y además porque la vida se vive en el ahora.
Esa dimensión, nos define como
humanos y nos da la satisfacción mayor que podemos alcanzar: sentir amor,
agradecimiento, esperanza, compasión, alegría, confianza, paz.
Lo que nos pasa es que a veces
caemos en el pozo de la sequedad y el adormecimiento o nos estancamos en la
indiferencia, y ahí nos quedamos.
La vida no es lineal, va de un lado
a otro, es de vaivenes en los que pasamos por distintas fases: de estar
distraídos a maravillarnos ante cada detalle y ante tanta belleza.
Seguramente todo es necesario, todo
sirve a todo. Somos guiados en este mundo divino, descubrirlo es entrar en el
terreno de la íntima alegría. Dice Oseas que “el Señor nos hiere y nos sana”.
Todo está en sus manos.
Comienzan a suceder milagros cuando
nos abandonamos, cuando soltamos las riendas de nuestra vida, que tan
fuertemente apretamos, y aprendemos a confiar ciegamente.
Cuidar esa dimensión humana que
engloba nuestro ser y todas nuestras acciones, es vital para alcanzar el cielo
que nos acompaña y nos abre sus puertas cada vez que fijamos nuestra mirada en
él.
Requisito imprescindible en este
proceso: dejar las quejas, entonar alabanzas y reír.
2 comentarios:
Dejar quejas, reír y alabar. Bravo
Maria Cardo 28/09
Sobre todo abandonarnos con confianza. Gracias
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