Todo lo que nos sucede tiene un
componente sacramental, porque nos une a lo divino. La unión se da incluso en
los más pequeños detalles. Leonardo Boff hablaba del “sacramento de la jarra de
agua” que tenía en su casa, en su niñez.
El sacramento es cualquier realidad
de nuestra vida cotidiana que nos hace presente a Dios. Si analizamos la
palabra, significa: medio o instrumento para hacer santo. O, lo que es lo
mismo, para cumplir el plan de santidad que ya está trazado para nuestras vidas.
Todo lo que nos sucede es señal que
nos indica el camino, por tanto, es sacramento, porque en todo se da ese
encuentro que el alma sedienta busca con pasión.
Cualquier oración, aunque sea desde
la total oscuridad, también es un momento sacramental, porque se trata de un
diálogo profundo que nos pone en conexión con esa otra orilla de nuestra vida.
Dentro de nuestra ignorancia, lo que
de verdad importa es la sensación de estar en el camino por fin. De estar en el
lugar que debes estar, de existir, con total fragilidad, en un todo de armonía
perfecto.
Para jugar hay que aceptar las
reglas del juego, y las reglas del juego de la vida son muy sencillas: confía
en cada momento porque todo está dentro del plan divino, aunque tú no lo
entiendas. Todo es sacramental, sagrado, extraordinario, sobrenatural.
Todo es milagro increíble.
Es bueno recordar esto para renovar
a fondo nuestras energías, dejar volar nuestros anhelos, dejarnos la piel en
cada encuentro, emocionarnos con todos los amaneceres y ver esa mano amorosa en
cada pequeña casualidad que viene en nuestra ayuda.
Que sepamos ver, y saborear, la
maravilla de estar aquí.
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