La conciencia de nuestra fragilidad
va íntimamente unida a la certeza de la misericordia de Dios.
Esa misericordia es como una lluvia
que empapa todos los corazones humanos, día tras día, y que no depende de los
méritos de cada uno, ni siquiera de nuestras peticiones. Una amiga me decía: “A Dios hay que pedirle, para que nos dé.” No estoy de acuerdo. Comparándolo con nuestro
comportamiento, el hijo necesitado no
tiene que pedir ayuda a la madre o el padre, porque estos ya se vuelcan con él,
saben de sus necesidades, de su fragilidad. Todos nosotros somos ese mismo hijo
necesitado, para Dios. Además, somos tan ignorantes, que nunca sabemos lo que
nos conviene. Pedimos salud, pero quizá nos conviene enfermedad, pedimos éxito,
logros, bienestar. Y qué sabemos en cada momento lo que es mejor para nosotros.
La aceptación de mi propia
fragilidad es muy importante. Saberme limitada, imperfecta, inestable,
insegura, temerosa, egocéntrica. Y como colofón a todo lo dicho: no querer que
se me note. Prefiero pasar por alguien que tiene seguridad en sus decisiones y
capacidad en todo lo que hace.
Cuando tengo conciencia de mi
pequeñez, me puedo unir de corazón a todos los que caminan a mi lado, que están
hechos del mismo barro que yo.
Bendita fragilidad e inseguridad que
me orienta la mirada hacia la única luz que nunca se apaga. En medio de
dificultades y tormentas, esa luz guía mi barca personal y mantiene mi
esperanza a flote.
Eso es lo más grande que me puede
suceder aquí, en esta preciosa tierra.
1 comentario:
"Pedid y se os dará". Yo creo q si q hay q pedir a Dios, aunque Él sepa mejor q nosotros lo q nos conviene, pero como dice J. A. Garcia Monge, al ponernos frente a Dios mediante la oración de petición ponemos en marcha una fe q se realiza por el Amor.
Publicar un comentario