“
Si
yo fuera rey y no lo supiera, no sería rey”. (M.
Eckhart)
Hay frases cortas con significados
tan hondos, que necesito tiempo para asimilar todo lo que me quieren decir.
En primer lugar, me da la sensación
de que me estoy perdiendo un reino lleno de posibilidades y de tesoros que me
pertenecen. Si mi reino es el cielo y no lo sé, tampoco disfruto de él, porque
siempre lo sitúo lejos, en el espacio y en el tiempo: en un allí o en un
después.
Hace falta esa condición: “saberse
rey”, o lo que es lo mismo: saberme hija amada.
Tomar conciencia de mi propia
naturaleza, fundirme en ella, sin más expectativas, sin exigencias, ni
cuestionamientos teóricos que me confunden y me apartan de mí misma. Cuanta más
consciencia tengo de mi reino privilegiado, más feliz soy. Es mucho más fácil
la vida cuando nos situamos en la verdad de lo que somos.
“Mi
reino no es de este mundo”, dice
Jesús. Esta realeza no tiene nada que ver con el concepto de rey que tenemos.
Para entendernos: es un reino de servicio y brazos abiertos, de humildad y
amor. Es un reinado un tanto especial, en el que hay que ir a contracorriente
de lo que se estila, porque la mayor rebeldía es seguir la llamada de Cristo,
ponernos a su servicio en los más necesitados.
Como reyes, hablamos y actuamos
desde lo más profundo, tenemos autoridad en nuestro reino interior, y estamos
llamados a reconocer los signos de una nueva vida, que cada día se abre paso en
nosotros.
Ser rey también supone estar lleno
de confianza, y esto no se improvisa, hay que practicarlo día a día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario