El ser humano está llamado a la
calidez y a la unión, no a la frialdad. Porque estamos conectados en lo más
íntimo: somos una red de vida. Si uno fluye, todos fluimos. Cuando uno se
estanca, afecta también a todos. Hay personas más cálidas que otras. También en
una misma persona puede haber esos dos extremos, dependiendo de las
circunstancias.
La dureza de corazón, o frialdad, es
una enfermedad grave, y bastante extendida. Es la expresión de alguien que ha
sufrido esa misma dureza. Si atacamos o menospreciamos a otra persona, nos
estamos perjudicando a nosotros mismos.
Modos de avanzar hacia esa calidez
necesaria para vivir: ser agradecido, escuchar, mirar y valorar al que está al
lado. Interesarse sinceramente por él. Tender puentes. Los abrazos y el
contacto físico, son sanadores.
Todos estamos necesitados de
ternura: es el alimento básico para poder vivir plenamente. No tenerla es
malvivir. En nosotros mismos está la fuente de esa ternura. “Dios es ternura”, dice el Papa
Francisco.
Todos tenemos el derecho sagrado a
ser amados, y el deber sagrado de amar.
En cualquier circunstancia y lugar en que nos encontremos. Para eso
estamos aquí.
Es decir, tengo el mandato de cuidar
amorosamente de la vida, la mía y la del que está a mi lado por lazos
familiares, profesionales, de vecindad, de amistad. El único examen que libro,
día a día, es el del amor. No importa sacar mala nota en todo, si en amor saco
un 10,
Esa es la nota que interesa, la que
muestra que somos personas cálidas, que cuidamos la vida. La que nos conecta
con esa fuente de ternura que está en lo más profundo de nosotros mismos.
Porque la calidez es nuestra esencia.
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