He leído en los escritos del P. Luis Amigó una
frase, mejor dicho: una perla, que me ha
tocado por dentro: “Tenemos que estar
dispuestos a vivir la vida de Dios, que es amor”. (Obras Completas, 352). Es
de esas frases que no acabo de entender pero que me fascinan. Si yo soy vida de Dios algo muy grande sucede en
mi persona y yo no me estoy enterando.
Creo que lo que quiere decir es que la vida de Dios
es mi misma vida, y que todas las vidas juntas, todas las historias, las
venturas y desventuras que pueblan la tierra son vida y también historia de
Dios.
Me muevo tan a oscuras, que no veo a Dios mas que
en mi anhelo y mis ganas de él. “Sólo la
sed nos alumbra”, dice S. Juan de la Cruz. Siento que me parezco al pez que
iba preguntando a todos dónde estaba el océano.
Estoy en el camino de desaprender lo aprendido
hasta que muera en mí la idea de Dios y lo que creo saber de él. Hasta que
todos mis razonamientos y mis seguridades desaparezcan, hasta que no quede nada
mío, solo la vida de Dios.
Estoy situada dentro de un egoísmo feroz y esa es
mi lucha diaria, porque en el fondo no busco a Dios sino lo que me pueda dar.
Él es mi mismo centro y solo necesito una actitud de entrega, gratitud y
alabanza.
Se trata de ofrendar mi propia vida, sin quedarme
nada para mí. Que así sea.
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