Cuando nos vamos haciendo mayores surgen nuevos
papeles y nuevas posibilidades, que antes hubieran sido impensables.
El cambio más destacable de todos es la mayor profundización
en la vida espiritual. Lo que antes no percibíamos, ahora nos alimenta. Los
pequeños detalles que ni veíamos, ahora son tesoros que coleccionamos para
saborearlos en la intimidad.
Esta profundización se nos nota y también se nota
en nuestro círculo más cercano. Somos capaces de tomar distancia de las
preocupaciones, nos surge un sentido común y nace una nueva paciencia, también
llamada madurez. De todo esto se beneficia sin duda nuestra familia, amigos y
cercanos.
Es una etapa cargada de dones. Hay una explosión de
buen hacer y de belleza interior, que hace falta en el mundo.
Ya sé que hay mayores
que no experimentan esta revolución interior, pero también hay que tener en
cuenta la historia personal más o menos traumática por la que cada uno pasa.
Reforzando las relaciones afectuosas y la armonía
en el trato, nace en los hogares la paz y la alegría, que son la base de la
vida. Y de esto nos encargamos en buena medida las que vamos cumpliendo años.
Cuando hay que ponerse
flores, no dudemos en hacerlo. Con estos elogios a nosotras mismas, echamos
piropos a la que nos da la vida y la fuerza para todo: la Ruah, que en hebreo
significa el Espíritu.
Ella nos indica siempre el camino, y es incansable
Por eso, cuando perdemos fuerza física y agilidad
de todo tipo, podemos unir nuestra voluntad a la suya y entonces los dones
interiores se multiplican hasta el infinito: todo lo podemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario