Soy aprendiza de sabia. En el camino utilizo recursos y trucos para
conseguir mi objetivo, porque el secreto de la sabiduría ya sé cual es, y
aprovecho cualquier situación para orientarme hacia ella.
Hay que tener las cosas claras y ver lo que conviene. Yo tengo claro que lo
que me mueve es alcanzar esa sabiduría básica que no depende de estudios o
logros alcanzados, ni de tener más o menos educación o posibilidades. Es más
bien una actitud interior.
El truco más a mano que tengo es estar contenta con todo lo que me pasa. Y
si ese contento no me sale de modo natural también puedo forzarlo, como se
pueden forzar las sonrisas.
Cualquier cosa puede suceder, cualquier plan se puede torcer, por eso yo quiero
tener mi corazón abierto y receptivo, y no solo aceptar lo que suceda sino
aceptarlo con alegría.
Para eso hace falta otro requisito necesario: el sentido del humor.
Desarrollando este sentido se hace más fácil la vida, todo es más llevadero,
menos serio: puedo reírme de mí misma, incluso reírme de mi pretensión de ser
sabia.
Se habla de la dificultad del camino pero igual se puede hablar de la
facilidad del camino, depende de cómo lo enfoques. Lo que es evidente es que
hay un ambiente general de queja y descontento, al que yo no me quiero unir.
“He venido para que tengáis alegría”, dice Jesús. Esa alegría es la que
quiero, desde este mismo momento y para siempre.
Me falta decir cuál es para mí el secreto de la sabiduría: estar en armonía
con todo, alineada siempre con lo mejor de mí misma, en estado de acogida y
bendición, con el asombro y agradecimiento por estar aquí, respirar, existir.
Sabiendo que el presente contiene todo cuanto necesito.
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