Estar abiertos al Espíritu,
convencidos de su presencia, de su continua acción bienhechora, de su tierna
decisión de amar.
Ver cómo esa acción nos llega a
través de las personas más sencillas que nos rodean, que sin ellos mismos darse
cuenta nos transmiten el mensaje del amor y de la esperanza. También a través
de nuestra misma naturaleza, que nos sostiene y apoya calladamente.
A pesar de nuestros defectos y
limitaciones, la luz del Espíritu se abre paso hasta nosotros de infinitas
maneras cada día. Y es nuestra misión ser conscientes de este hecho,
subrayarlo, sacarlo a la luz y hacerlo público para que todos lo sepan y se
alegren. Para que llegue el consuelo y la calma a donde más falta hace.
Soy (somos) enviada para algo,
además de para ser admiradora de la infinita creación, tengo pequeñas cosas que
hacer en mí, ligeros cambios para acomodarme y aceptar plenamente mis
cambiantes jornadas y bendecirlas todas. Porque todas juntas son mi camino.
Soy enviada para bucear, con más o
menos luz, en mi interior habitado, en el pozo de armonía que es mi esencia
divina. Y desde ahí asistir al continuo alumbramiento de la Palabra en mí.
Porque yo también he sido ungida,
es decir, señalada y consagrada, desde el momento en que Alguien me soñó y me
nombró. He sido nombrada para una misión por el Espíritu que me acompaña, él es
quien me da su protección y fortaleza.
En tiempos bíblicos, la gente era
ungida con aceite para significar la bendición divina o la llamada a la vida de
esa persona. Ese aceite no tiene ningún poder, es solo un símbolo de lo que
Dios hace con nosotros.
También ungido es “escogido”. Todos
somos escogidos para un propósito específico: proclamar el Reino de la Paz y la
Alegría, siempre con la ayuda del Espíritu que nos alienta y anima.
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