Hemos nacido con una dimensión
exploradora, que nos hace investigar en todas direcciones, también hacia adentro.
Nos lleva a instalarnos en las preguntas básicas y las dudas de los humanos,
también nos impulsa a poner nuestra energía y pasión en lo que somos y hacemos.
Esa es la clave: apasionarnos. Dar
pasos adelante, hacia nuestro centro infinito, pasos que se pueden dar en la
máxima quietud y en completo silencio. Porque el torrente de palabras a veces
distrae y confunde, en cambio nos despiertan y nos mueven los gestos más
sencillos y escondidos.
La siembra está echada, desde toda
la eternidad, desde el principio de los tiempos, que es este mismo momento.
Están los tesoros en su sitio abriéndose paso en mí y en todos porque estamos
igualados en dignidad y en gracia.
Si exploramos lo que nos mueve y después
regalamos a los demás nuestros descubrimientos, somos luz.
Con nuestro ritmo y latido interpretamos
nuestra partitura, le ponemos música a la vida, su melodía pasa por nuestro
cuerpo, nos sostiene y nos hace vibrar, somos su expresión.
De nuestra parte tan solo abrir
brazos y confiar, con todo lo que incluye esto de aceptar, perdonar, curar,
atender, bendecir.
Nuestra faena es de limpieza y
apertura, y la vida ya nos irá dando lo que necesitamos.
Siempre hay que imaginar la mejor
de las situaciones y crear la mejor de las respuestas, porque tenemos que estar
por encima de los conflictos, no dejarnos dominar por ellos.
Movernos en positivo por la vida,
dejar rastro de buenas intenciones allá por donde pasamos.
Es una tarea sencilla, a la vez
que muy complicada. Es sencilla si tenemos claro lo que de verdad es
importante. Pero nos complicamos cuando cargamos con tanto peso innecesario en
nuestra mochila personal, tanto que no nos deja acceder a nuestra paz interior.
Dar pasos adelante y aceptar con
confianza, a eso me dedicaré.
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