Me ha impactado leer en Hechos 15:
“El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido…” Me parece una frase
atrevidísima, que solo se puede pronunciar cuando uno es auténtico y busca la
verdad en su vida, y se siente unido a todas las corrientes bienhechoras que le
alimentan. De otra manera, sería un acto de chulería por parte del que
pronuncia esas palabras.
Yo, como suelo hacer, lo llevo a
mi terreno personal y me encuentro diciendo lo mismo. Porque mi Espíritu y yo
somos un pack, una unidad, que vamos decidiendo sobre mi destino, mis
actitudes, mis sonrisas y tantas cosas, a cada instante.
Él y yo planificamos y trabajamos
por un modo de vida con el sello evangélico de la buena noticia del amor.
También pienso que a esas dos
palabras, “Espíritu y yo”, a veces habría que quitarle la segunda, porque
realmente es el Espíritu el que arrasa con su ternura infinita y me hace
sentir, tocar, ver, volar. Él dirige.
Como mi Espíritu forma parte de mi
naturaleza y además lo sabe todo, tengo que confiar siempre en su buen hacer,
por eso aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque está todo
controlado por él. Es una suerte.
La división que hacemos entre
dimensión espiritual y corporal es un invento, porque en cada célula de mi
cuerpo y en toda mi corriente sanguínea, mi Espíritu manda. Somos un bloque.
Mi Espíritu y yo funcionamos como
pareja y como uno solo, todo al mismo tiempo, un poco difícil de explicar y más
de entender, pero totalmente cierto. La única razón válida es un poco poética:
mi piel se ha fundido con su piel. Sí, somos Uno.
Esa unión la celebro todos los
días y la proclamo. Es lo que me da vida, porque sin él no soy nada.
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