Cuando leo que “no somos los
buscadores sino los buscados”, algo sucede en mí. Mi vida se pone de repente al
revés, patas arriba, se me alteran los esquemas.
Para ponerlo en términos humanos y
más comprensibles para mí, siento como si un huésped poderoso y bueno se
dedicase por entero a mí, a sanear mis cimientos, airear mi terreno, limpiar
mis espacios y quitarme los miedos.
Me busca y se ocupa de mí desde
siempre, yo cuando me entero de su cuidado y su llamada, solo tengo que
decirle: aquí estoy, como hizo Samuel. No es un discurso muy largo el mío. No
tengo que sacarme de la manga una lista de quejas, de peticiones o de buenas
intenciones, porque cuando te busca el mismo Amor, sabes que ya lo tienes todo
y has llegado a la meta.
La vida se nos va en palabras,
preocupaciones y planes. También en esperas, que nos alejan de este infinito
amoroso, que siempre sucede ahora mismo.
Ese “aquí estoy” pronunciado por
mí significa: me doy cuenta, veo todo lo que estás haciendo por mí, veo tu
cariño, la caricia que me envías a través de todos los mensajeros que de tu
parte me aman.
También significa: te amo con el
mismo amor que me das, porque no hay otro.
De esta manera, conscientemente,
me voy convirtiendo en la persona que realmente soy. Dice Dürckheim: “La rosa
no se construye en función de un ideal personal o colectivo. Se convierte en lo
que es. Lo mismo le sucede a la persona en camino, se convierte en aquella que
Es.”
De un modo natural, a base de
sufrimientos y alegrías humanas, voy alcanzando mi ser auténtico, para eso he
iniciado este camino.
Aprender a vivir es el más largo
aprendizaje, dura toda la vida. Y además es una
increíble y apasionante travesía entre dos orillas.
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