Dice L. Évely: “La reconciliación
conmigo mismo es una condición previa a nuestra reconciliación con la
naturaleza, con los demás y con Dios.” Está todo tan relacionado que es lo
mismo cuidar de mí mismo o de la naturaleza, de mi hermano o de mi Dios.
A veces puede ser difícil entender
esto porque para explicar la vida hemos hecho partes bien diferenciadas: yo,
tú, él y ello. Así está muy clarito, no se nos vayan a confundir o liar los
esquemas.
Nos hemos atado a demasiadas
seguridades, porque así estamos más tranquilos. Si es blanco no puede ser
negro, eso lo entienden todos. Sin embargo, la vida está llena de mezclas y de
matices.
El hermano es él y a la vez soy
yo. Por tanto, mi bienestar coincide con el bienestar del que tengo al lado. Yo
misma soy naturaleza, entonces no puedo hablar de ella desde fuera, soy parte
integrante.
Y mi huésped divino actúa y se
manifiesta a través de todas mis células, lo necesito para estar y sentirme
viva. No soy nada sin él.
Conclusión, yo soy Yo, soy Tú, soy
Naturaleza, soy Dios. Y todo ello a la vez.
Con esta teología de andar por
casa, al final lo que importa es esa reconciliación o relación amistosa conmigo
misma y con todo, ponerme a la escucha de mi propia vida y de todo lo que me
sucede, que me está queriendo decir algo.
Buscar la sencillez, hacer un
trabajo de desmontaje y desaprendizaje para acceder a lo único necesario, ser
consciente de la bendición de la vida, saber que soy amada y regalar mi alegría
al mundo, porque las personas y los paisajes necesitan mi cariño y yo el suyo.
Ese cariño es mi camino.
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