domingo, 10 de abril de 2016

Oración



Qué belleza es velar y prestar la voz, la súplica a Dios por todos los seres humanos, sin saber qué decir, tan solo “aquí estamos, bendícenos”. Es una misión entrañable para los que tenemos el regalo de la fe. Es una faena de la que uno no se cansa nunca porque responde a una llamada interior.
Somos convocados a ayudar a nuestros hermanos por todos los medios, también con la oración. Dice la biblia: “Tú, habla en mi nombre”. Somos su boca y su corazón. También con gestos hablamos, no solo con palabras. A veces estas están vacías de auténtico significado y lo que cuenta es tu vida tal como la vives, esa es tu verdadera palabra.
Están vacías cuando decimos “hágase tu voluntad” pero solo nos importa la nuestra. O “venga a nosotros tu reino”, pero le damos la espalda a ese reino en nuestro quehacer cotidiano. Y tantas veces más.
No alcanzamos a ver el alcance del misterio de la existencia, pero en nuestro pequeñísimo terreno, en nuestro día a día rutinario y a ras de suelo, vamos a encontrar la magia y la luz que hace cada momento único e increíblemente bello.
Ese diálogo íntimo y creativo al que llamamos oración, nos da la llave para entrar en un espacio de encuentro y de escucha atenta, de compartir y saborear, de consciencia y entrega. Es una faena      que engancha, si no la haces te falta algo.
Aquel que ha hecho el universo a la vez que ha modelado mi barro, me espera, quiere que le hable y que le devuelva un mínimo reflejo de la ternura que me da. Y tiene paciencia infinita para esperar y sabiduría para trazar mi camino.
Yo, que voy despistada por la vida, me creo que soy yo la que consigo esto y lo otro, y tengo que aprender a diario la lección más difícil: la de la humildad.
Esa oración o diálogo siempre presente, a mí me sirve para tener otro punto de vista sobre cualquier acontecimiento y, en definitiva, para vivir de otra manera.

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