Soy un recipiente que diariamente
recibe una bendición y un beso. El beso de la vida y la bendición de la fe. Y
todo lo que hago a lo largo del día está enmarcado en estos pilares
fundamentales.
Las características de todo lo que
me ocurre no tienen nada de extraordinario: alegrías, tristezas, planes,
pérdidas, rutinas, encuentros, inquietudes, búsqueda. Y unas cuantas cosas más
de las que le pasan a todo el mundo.
Pero los pilares que me sostienen,
en los que me apoyo firmemente, son los que hacen que cada día, incluso cada
hora y cada minuto, sea diferente.
Por eso, cuando me preguntan cómo
estás, no me gusta decir esa frase tan escuchada: “aquí aguantando”, prefiero
contestar: “muy feliz”, acompañado de una sonrisa. Con esto, no digo ninguna
mentira, teniendo en cuenta que los momentos malos también me son necesarios,
para aprender, para formarme y abrir mis ojos interiores, que son los
principales porque me hacen ver lo que de verdad importa. Y es que todo lo que
me sucede está dentro de la bendición y el beso que me sostienen.
Repito pequeñas reflexiones a lo
largo del día, del tipo: “todo está bien”, “el momento perfecto es ahora”. Y
para ello, respiro hondo, relajo mi cuerpo-espíritu, escucho lo que dicen otras
personas sabias, en los libros, también a través de internet, cuántas
conferencias interesantísimas escucho por este medio.
Para encontrar el auténtico
sentido a esta aventura, quiero vivir en positivo y en bondad, celebrar que
estoy viva y estar atenta a lo que me sucede, conquistar momentos de lucidez y
tener una actitud compasiva hacia todos los seres humanos.
En una palabra vivir en armonía
para darme cuenta de mi bendición y mi beso.
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