Cuánta armonía alrededor, cuánta perfección en
cada célula, en cada instante. La naturaleza en la que estamos y que somos no
deja de sorprendernos con su sabiduría. No le damos importancia a la armonía de
la naturaleza, a que la copa del árbol quiera ser redondeada, a que las aves siempre
sepan adónde tienen que ir, a que los bebés nos regalen su sonrisa y que los
amaneceres se sucedan. Tenemos puesto el piloto automático y ya no nos
sorprende nada.
Lo que nos caracteriza es, precisamente, la
capacidad de sorprendernos y emocionarnos con lo que tenemos a nuestro alcance,
lo pequeño.
La belleza no hace ruido, es silenciosa y
apacible, bondadosa y feliz en sí misma. Está para que la contemplemos y
saboreemos. En cambio el caos hace mucho ruido, hiere los sentidos y
distorsiona la realidad.
En nuestra mano está sembrar lo bello y
pacífico o lo contrario, fomentar lo artificial y superfluo.
La sorpresa de cada día es importante
disfrutarla, da igual que llueva o haga sol, todo hace falta. Aceptar todos los
momentos tal como vienen. Unirnos en silencio emocionado con todo, y tomar
consciencia de que estamos al servicio de Alguien y todo sucede por Algo.
Prestemos atención a nuestra vida, a la calidad
de nuestros días, dialoguemos con sinceridad con nosotros mismos, si no nos
ayudamos a nosotros no podemos ayudar a nadie. Como dice de un modo humorístico
Fidel Delgado: “Llámate por teléfono”. Pregúntate cómo estás y si te hace falta
algo.
Se trata de iniciar un diálogo interior que nos
viene muy bien para conectar con esa parte espiritual que tenemos tan escondida
y olvidada. El resultado de este proceso es una intensificación de lo que
vivimos. No cambian nuestras circunstancias pero las enfocamos de modo
distinto, con lo que podemos alcanzar una paz duradera.
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