Dice San Pablo en la Carta a los Corintios:
“Toca presumir”.
Todas las criaturas que tenemos lucidez para
contemplar y sentir podemos presumir de la creación en la que estamos
incluidos, de nuestra preciosa casa común, así como de la bondad y belleza
divina que está repartida en todos los corazones.
A veces somos rácanos en palabras bellas hacia
cuanto nos rodea. Damos todo por supuesto y miramos sin agradecimiento el tener
un fondo infinito de estrellas sobre nuestras cabezas, el formar parte de una
naturaleza a nuestro servicio, el tener voz y voto para amar y ser felices.
Lo que es extraordinario lo vemos como
ordinario y repetitivo. Si no metemos la cuña del asombro es como si tuviéramos
un muro ante nuestros ojos que nos impide la visión verdadera y nos aparta del
gozo auténtico.
No tengamos reparo en presumir unos de otros,
con honestidad. Cuando alguien destaca en algo, alabarlo, ensalzarlo
sinceramente, y desterrar las envidias tan dañinas que perjudican nuestra
convivencia.
Presumir porque hemos nacido, tenemos vida y
amamos. Porque podemos prestarle nuestra voz a todos los seres que no la tienen
y a toda la materia. Podemos hablar en nombre de las estrellas, de los mares,
de los paisajes, de todos los objetos. Y la palabra que tiene que salir de nuestra
boca en nombre de todos ellos es: Gracias.
Me siento mimada por la vida y me gusta que
presuman de mí, igual que yo presumo de todos y de todo. Es una sensación muy
agradable sentirte acogida y potenciada desde el interior de otras personas. Yo
lo necesito para caminar.
Que no nos falten nunca las palabras de apoyo
hacia los demás: “qué bien lo haces”, “qué guapa eres”, “cómo te esfuerzas”,
“qué bien cocinas”, “cómo me gusta lo que haces”.
No nos cansemos de expresar alabanzas,
abandonemos la rigidez en la expresión de nuestros sentimientos.
Animemos a los demás y comencemos a presumir de
lo que se nos ha dado gratuitamente.
Después pongamos nuestros regalos al servicio
de todos.
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