Dice Marcos Garnica, claretiano: “La misión formativa es un servicio al Reino
de Dios. Un servicio que requiere convicción esperanzada, mística y profecía,
docilidad y testimonio, apertura y alegría.”
Formarnos, en el ámbito que sea, es un servicio
al Reino.
Esa formación se da a lo largo de la vida, en
la etapa escolar, en el área laboral y profesional, en grupo, a través de
lecturas, de encuentros y amistades.
Requiere convicción
esperanzada, es el convencimiento de que todo va a ir bien, firmeza en la
fe y en la esperanza. Esa actitud nuestra es la que más nos ayuda y en medio de
las dificultades nos acerca paso a paso a la serenidad tan necesaria.
Mística y
profecía: ver la propia vida a la luz de
Dios. Nosotros somos sus servidores. Le prestamos nuestras manos, pies,
corazón, voz. Eso es ser profetas.
Docilidad
y testimonio. Docilidad no es resignación sino
aceptación y entrega amorosa a lo que nos va viniendo. Conscientes de que en lo
que sucede hay una voluntad de transformarnos y hacernos avanzar hacia un mayor
crecimiento personal.
Apertura
y alegría. La meta siempre es la alegría. A
medida que nos enteramos de que somos amados y bendecidos por el sencillo hecho
de existir nos ponemos en disposición de acceder a esa alegría íntima, esa
dicha que habita en nuestro corazón y que nos pertenece desde toda la eternidad.
Repito con el salmista: “Puse mi
esperanza en el Señor y él se inclinó para escuchar mis gritos. Afirmó mis pies
sobre una roca, dio firmeza a mis pisadas. Hizo brotar de mis labios un nuevo
canto de alabanza a nuestro Dios.
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