Cuando el aire de la
otra orilla sopla, los cadáveres nos levantamos de la tierra y caminamos
mirando al cielo, abandonamos nuestra animalidad y nos dirigimos hacia una
mayor consciencia. Ese aire orienta nuestra vida porque pone en nosotros las
intenciones y los anhelos, los triunfos, las búsquedas. También las
adversidades cuando nos sirven para seguir profundizando en nosotros mismos y
para mirar a lo alto.
Cuando sopla siempre
impulsa al amor, que pasa a través de nosotros y nos pone tiernos y receptivos,
porque nos da por pensar que somos hijos, hermanos, familia. Y notamos cómo el
corazón se nos ablanda y experimentamos el abrazo del universo.
Ese soplo divino nos
trae el cosquilleo de la vida, la ilusión de la esperanza, la firmeza de la fe.
Gracias a él siempre encontramos motivos para seguir, es el protagonista
absoluto de nuestros pequeños pasos sobre esta tierra.
Es difícil definir la
vida, ignoramos muchas más cosas de las que sabemos. Todos estamos en la misma
situación, por eso nos observamos y nos copiamos unos a otros, más o menos
conscientemente, y tomamos el modelo de las personas cercanas, también de gente
de otros tiempos.
Nuestra existencia está
amorosamente dirigida, todas las buenas energías se han aliado para nuestro
milagroso nacimiento, somos el resultado de millones de combinaciones de vida y
de amor. La armonía que llevamos dentro tenemos que trabajarla a lo largo de la
vida para ir sacándola a favor de los demás y para dejarla como herencia para
los que vendrán.
“Abre mis labios y mi
boca proclamará tu alabanza”, dice la Biblia. Alguien nos abre los labios, nos
pone la intención, nos da el impulso. Solo tenemos que dejarnos moldear para
poder transitar por todas las situaciones de la vida sabiéndonos protegidos y
arropados. Yo diría, incluso, mimados.
Hemos de tener presente
que cuando algo nos sucede, ahí hemos sido llevados. Y el que nos da el impulso
en todo el proceso de hacernos personas, no nos abandona nunca, nos ha creado
por amor y es el que nos mueve.
El único objetivo a conseguir
es ser feliz. Dijo Jorge Luis Borges: “He cometido el mayor de los pecados. No
he sido feliz”
No nos preguntemos al
final de nuestra vida si hemos sido felices, hagamos esa pregunta ahora mismo,
para que no se nos escape el tren de la felicidad que pasa cada día.
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