Hay unos pasos necesarios para meditar, contemplar o vivir en
profundidad.
Uno es acallar los ruidos que nos avasallan por dentro: tantos
problemas, temores, tristezas. Imaginemos que todos estos asuntos no resueltos
son unos personajillos que quieren ser protagonistas de nuestra vida, son
exigentes, egoístas, déspotas. Si les escuchamos y nos centramos en ellos se
nos apaga el sentido y nos hundimos en la oscuridad.
Otro paso es sentir deseos de escuchar la Palabra, leer en los textos
sagrados, ver qué nos dicen a nosotros personalmente, aquí y ahora. “Remojar la
palabra divina, mezclarla con nuestra saliva y nuestra sangre”, como dice León
Felipe. Después de leer, centrarnos en una palabra o frase, la que nos diga
nuestro corazón, y masticarla, sacarle todo el jugo, repetirla, recrearnos en
los ecos que deja en nuestro interior. Pacificarnos con ella y acceder así a
nuestro espacio más calmado.
Y por último, estar dispuesto al cambio. Porque si vivo es para algo,
no para estar atrapado en problemas sino para dar lo mejor de mí mismo, cada
día.
Esa disposición para cambiar es necesaria, tengo que aplicarme a ello,
es mi tarea elegida conscientemente. Mi camino.
La Palabra nos tiene que conmover y cuestionar, para que podamos sacar
a la luz nuestros tesoros y tomemos decisiones a favor del amor y la paz, en toda circunstancia.
Rastreemos en los pasajes bíblicos o en lecturas seleccionadas, para
encontrar las palabras que van dirigidas a nosotros, leamos con lupa, con
detalle. Hay un mensaje escondido en ellas, que nuestro corazón va a reconocer
si buscamos con fe.
Estar dispuesto a cambiar es un paso decisivo. No acomodarnos en lo
que ya tenemos sino estar preparados para asimilar experiencias y crecer. El estudio
de la Palabra va unido a la vida de cada día,
para dejarnos modelar y transformar por ella.
Y saber que no hemos iniciado nosotros el camino sino que somos incesantemente
llamados y buscados, por lo que el resultado siempre será bueno, porque en el
equilibrio de fuerzas, el Amor es infinitamente más grande.
Con esos pasos, y con esa confianza puesta en quien nos llama, vivir
es más fácil.
Si además, encontramos el regalo de un pequeño grupo con quien
comentar estas experiencias de fe y vida a la luz de la Palabra, podemos decir
que somos doblemente afortunados y bendecidos.
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