Todos necesitamos ser
reconocidos y valorados, desde que nacemos. Es imprescindible para nuestro
crecimiento como personas que tengamos corazones amigos para vivir.
Hay personas, y niños,
que no cuentan con ese clima de apoyo y entonces desarrollan conductas que les
son perjudiciales.
Dicho de otra manera: el
amor nos alimenta más que el propio alimento. Ahora imaginemos que ese amor
tiene manos, piernas y voluntad, se parece a una persona y viene todos los días
hasta nuestra puerta para decirnos te quiero. A esa persona-amor le gusta tocar
nuestra piel, masajear nuestro corazón para que nos demos cuenta de que está
aquí y no nos va a dejar nunca, aunque nos hayan salido mal todas las cosas.
Lo que quiero decir es
que por muy poco reconocidos o valorados de todo el mundo que estemos, el amor
viene en persona cada mañana hasta nosotros y nos trae el regalo de su
presencia y su ternura.
El reconocimiento por
parte del amor infinito lo tenemos asegurado, porque por eso estamos aquí,
porque hemos sido llamados a él. Luego están las circunstancias desfavorables
con las que nos podemos encontrar, pero siempre vamos de la mano de nuestro
amor maternal que inventa mil formas para decirnos que nos quiere, es quien da
color a todos los paisajes y quien nos envía a personas para ayudarnos y darnos
abrazos.
Pero esto son cosas que
no se pueden contar a quien no lo vive, y muchas veces son objeto de burla por
parte de quien no lo siente así.
En cada uno de nosotros
está el deber de valorar y reconocer amorosamente hasta a la más pequeña hierba
y por supuesto a cualquier ser humano que se nos acerca, con el que convivimos
aunque sea esporádicamente.
La marcha del mundo
depende de nosotros, de nuestra actitud y decisión de tener unas relaciones
verdaderamente humanas con todo lo que nos rodea, y eso implica respetar y
valorar a todas las personas.
Igual que se aprende a
caminar caminando, se aprende a amar amando, no hay otro método. Y esto implica
brazos abiertos para aceptar y acoger a todos nuestros hermanos sobre la tierra,
también a los que son más diferentes de nosotros.
Situados en el escalón
de la humildad, que es el más bajo, valoraremos cuanto nos sucede como un
regalo inmerecido, como una ayuda para nuestra formación. Y nos abriremos para
dejar que el Corazón del mundo pueda actuar a través de nuestro propio corazón.
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