Serenar el cuerpo.
Porque con nerviosismo o con ansiedad no podemos tener ilusión ni entusiasmo.
No podemos meditar, ni sentir, ni relajarnos.
Calmar la mente, que se
siente atrapada por los díscolos pensamientos que van de un sitio a otro como
caballos desbocados.
Es muy difícil dejar en
pausa la vida, aunque sea unos instantes, y cuando se consigue es de lo más
gratificante porque lo que encontramos en el fondo siempre es un espacio
calmado, de paz. Y si no se consigue, al menos se ha intentado, lo que también
es bueno.
Se trata de crecer hacia
adentro. De conquistar terrenos que son nuestros, pero los tenemos abandonados
y olvidados, en sombra.
Es una de las enseñanzas
principales que deberíamos recibir desde pequeñitos, porque es la que más nos
va a servir a lo largo de la vida: serenarnos, dominar las explosiones de
carácter, respirar hondo, reflexionar antes de actuar.
Además, el control de
las emociones repercute directamente en la salud del cuerpo. Dice Mario Alonso
Puig que “la faceta emocional y la faceta
biológica están íntimamente conectadas, somos una unidad. Las situaciones de
alegría, compasión y equilibrio protegen el sistema cardiovascular. Y las
situaciones de ira o miedo repercuten negativamente en nuestra salud”.
Hay que tener en cuenta
que serenar el cuerpo es serenar la vida, porque el cuerpo es nuestro anclaje
en la existencia, es lo que tenemos. No es algo secundario o accesorio. Somos
cuerpo. Y ahí mismo están las emociones, las alegrías, los disgustos y las
batallas de cada día. En esta vasija pequeña y frágil, a la vez que
increíblemente maravillosa y perfecta.
Como todo forma parte de
la misma unidad, si tenemos paz nuestros órganos también la tienen y si
sentimos ansiedad nuestra misma sangre anda desorientada y alterada.
En nuestro cuerpo, la
sustancia encargada de los sentimientos de satisfacción, de la confianza y la
gratitud es la dopamina, la producimos nosotros mismos y hace que nuestros
órganos estén en equilibrio, y nos hace sentir un cosquilleo de bienestar
inconfundible que es el que tenemos cuando sentimos ganas de dar gracias y de
confiar.
No es una medicina que
tenemos que ir a buscar a la farmacia, la fabricamos nosotros cuando evitamos
situaciones de ansiedad y serenamos el cuerpo, cuando ponemos nuestra mente en
positivo, y nos sentimos hermanos y hermanas de todo lo que ha sido creado.
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