“Si
en tu interior hay luz y dejas abiertas las ventanas de tu alma, por medio de
la alegría, todos los que pasan por la calle en tinieblas serán iluminados por
tu luz”. (Mahatma
Ghandi).
Seamos conscientes o no,
nuestro reflejo se expande y se mezcla con otras luces que conviven con
nosotros o pasan alguna vez por nuestro lado.
A veces tenemos esa luz
enterrada bajo escombros de ansiedad o losas de indiferencia. La luz existe
pero hemos cortado el acceso a ella.
No hay que preocuparse
porque tendremos todas las oportunidades que necesitemos para que triunfe la
luz porque como dice el salmista: “Él es quien me entrena y me prepara”.
Nuestro entrenador es el mismo Amor, el que todo lo disculpa, todo lo
posibilita y lo potencia. El que nos hace aprovechar los errores, levantarnos
en los fracasos, ver un sendero en las crisis y nos tiende puentes para poder
cruzar los abismos que se abren a nuestros pies cuando caminamos por esa orilla
de nuestro misterio personal.
“Las ventanas abiertas
de la alegría”. La alegría es el camino, el sentirse bien interiormente, el
bienestar que da el saber que en el fondo todo está bien, aunque veamos
disgustos y miserias alrededor. El mal siempre es pasajero y superficial.
Es una bendición única
saberse guiado, acompañado y amado infinitamente. Nos cambia la vida tomar
conciencia de la profundidad amorosa en la que nos movemos. Al igual que los
bebés que no han nacido todavía, nos vamos desarrollando dentro de nuestra
Placenta-Madre, y ahí tenemos todo lo necesario para nuestra existencia:
alimento, calor, protección, cuidado.
Esas condiciones las
tenemos todos, pero no siempre somos conscientes de ellas. Cuando sí las vemos,
parece que se multiplican los milagros ante nuestros ojos, porque la belleza de
la vida salta a un primer plano y todo queda resaltado, enmarcado en una luz
especial, divina. Entonces, de un modo natural nos sale la alegría por una de
las ventanas abiertas del alma agradecida. Y los que están en tinieblas son
iluminados por esa luz.
A todos nos llegan esas
ayudas, luces que se entrecruzan e indican caminos. No hay azar en las
relaciones humanas, todo sirve a todo.
Todo está diseñado para
sacar lo mejor de nosotros mismos, y preparar nuestra existencia para el parto
de luz que será nuestro alumbramiento definitivo.
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