domingo, 5 de octubre de 2014

La obra salvadora



“La obra salvadora de Jesús no está encaminada a cambiar la actitud de Dios para con nosotros; como si antes de él, estuviésemos condenados por Dios, y después estuviésemos salvados. La salvación de Jesús consistió en manifestarnos el verdadero rostro de Dios y cómo podemos responder a su don total”. (Fray Marcos).
Mucho tenemos que aprender, nuestra formación ha de ser intensa, constante, avanzada. No podemos conformarnos con lo de siempre, debemos cuestionarlo todo. Y cuando nos llegan textos como este, beberlo a pequeños sorbos y disfrutarlo. Porque hemos escuchado demasiadas veces lo del enfado de Dios, la condenación, la retribución por las buenas obras y el castigo por las malas. Hemos heredado un Dios interesado y caprichoso, al que hay que tener contento porque de lo contrario puede ser terrible.
Ya es hora de vaciar la palabra Dios de todos los significados que no son verdaderos. Precisamente es el evangelio el que nos trae la buena noticia de que Dios es igual para todos: amor infinito y regalo increíble.
Por lo tanto, debemos cambiar nuestra religiosidad, la que se basa en impedir el castigo divino, y transformarla en un canto de agradecimiento y alabanza, porque el mayor de los dones ya lo tenemos para siempre: la vida. Porque nosotros no podemos estropear ningún plan divino ni alcanzar más porción de cielo con nuestro esfuerzo, ya lo tenemos todo en nuestra mano, aquí y ahora.
Una vez nos sabemos amados, de modo natural nos brotará el amor y trataremos con el mismo respeto y cuidado a todos los seres humanos, y buscaremos la mano amiga en todas las circunstancias que nos acompañan por muy adversas que sean.
Colaboremos pues con la obra salvadora que se realiza en nosotros cada día. Se trata fundamentalmente de salvarnos de nuestra ceguera, abrir los ojos para poder tomar conciencia de la realidad amorosa en la que estamos, nos movemos y existimos.
Merece la pena esa apertura, esta conversión, porque nos va a hacer entrar en la alegría que no acaba, la que no depende de nada de lo que nos sucede, ni nos puede ser arrebatada por los malos rollos ni por el mal humor tan de moda en nuestra sociedad.
Para nuestra obra salvadora, como ya he dicho hay que vaciar la palabra Dios de sus mezquinos significados, y sencillamente vivir para, por, con el hermano, sin olvidarnos en ningún momento de llenar el corazón de risas y de flores.

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