En lenguaje
simbólico, “ir al desierto” significa ir al interior de nosotros mismos, donde
tenemos una cita y allí hablar con el amigo que nos ha llamado. También
significa lo mismo la simbología de “subir al monte Sinaí”, también llamado “Horeb”.
Donde Moisés habla con Dios y recibe su fuerza para abrir el camino a su pueblo.
Y se llama “desierto”
porque es un lugar al que accedemos estando en soledad, a la intemperie, con
incertidumbres, en el que no siempre vemos con claridad y donde tenemos que
librarnos de la tentación del desánimo que siempre nos espera, y arriesgarnos
diciendo: “Vale, sé que estás ahí” o “Me fío de ti pase lo que pase”.
No es fácil, hay que estar
un poco loco, ser atrevido, algo aventurero y tenaz. Pero ése es el encuentro
más importante que nos puede suceder aquí, en este mundo. Porque después de él
ya no somos los mismos, se nos queda escaso todo lo que hemos aprendido y no
encontramos las palabras adecuadas para expresar lo que sentimos.
Cuando estamos
situados en ese desierto nuestra actitud básicamente es de escucha y de
diálogo. Y lo que escuchamos o más bien tocamos es el fondo infinito de bondad
y de belleza, que es o está en nuestra misma esencia.
Claro, es demasiado
grato el encuentro, o demasiado bella la perla que hemos encontrado, y queremos
repetir, volver a esa aparente sequedad que al final descubrimos que está
regada por fuentes escondidas que son las que nos atraen y llevan hasta allí.
El que va al desierto
no es alguien que huye sino que es un convencido de la fuerza del misterio que
nos une a todos y sabe que su silencio y su oración es una opción poderosa, y
la pone al servicio de todos sus hermanos. Dice Charles de Foucauld que “quien
ama al Creador, persevera en la dulce y exigente intimidad con él.”
También es un
valiente, aunque tenga momentos de cobardía por supuesto, pero sigue siendo un
valiente, porque ha iniciado un sendero de soledad y renuncia, de búsqueda y
autenticidad y no le importan las modas, ni salirse de la corriente y de la
normalidad estadística.
Hay muchos que
habitan el desierto en las grandes ciudades. No hace falta apartarse del mundo
para estar en este camino, incluso tiene más mérito por la dificultad que
supone aislarse en uno mismo en medio del bullicio.
No hay otro camino
para llegar, el sendero personal es único y, aunque te pueden ayudar los demás,
se recorre en soledad.
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