Dice la Biblia: “Feliz el hombre a quien Dios reprende”
La vida, a veces, nos
da cosas que no nos gustan, tuerce nuestros planes, deshace nuestros proyectos.
Puede ser que mi
proyecto sea el de una vida sana, pero me he encontrado una enfermedad, o
también que mi meta sea el éxito pero me he encontrado con el fracaso.
Sigue diciendo: “Si él hace una herida, también la vendará;
si con su mano da el golpe, también da el alivio”. (Job 5, 17-18).
Cuando llegan los
momentos malos no es tan fácil confiar, lo primero que pensamos es que Dios nos
ha abandonado, nos ha dejado de la mano, por eso no nos van las cosas bien.
Nada más lejos de la realidad.
Él mismo se pone a
nuestro servicio, nos da fuerza, nos alivia. Conviene que sepamos que no
evitará la adversidad que nos golpea pero nunca nos deja abandonados. Es
nuestra única protección y refugio, en él encontramos el mayor consuelo, esto se
vive desde la fe.
No podemos entender
la vida y la muerte, el cielo y la tierra, la relación hombre-Dios, hay
realidades que no podemos abarcar con nuestro entendimiento. Siempre buscamos
poner etiquetas, encasillar, hacer cajones con el conocimiento, pero acerca del
misterio de la existencia, llega un punto en que no podemos entender y sólo nos
cabe confiar y decir humildemente: “en tus manos estoy”, o mejor, “en ti soy”.
Cuanto más hablas de
él menos lo comprendes. Y cuando realmente crees que comprendes, es que estás
sobre un terreno falso, como dice San Agustín: Si comprendes, es que no es Dios
( Si comprendisti, non est Deus).
Hay una ley del orden
creado. También hay una ley del amor en la que todo está inmerso. Ningún átomo
del universo anda al margen de ese amor.
Entonces, no nos
quedemos esperando milagritos o gracias especiales, porque el gran milagro ya
lo tenemos todos los días y es la vida tal como sucede. Si no vemos esto con ojos
asombrados, nos estamos perdiendo lo principal.
Pongamos una señal de
stop, paremos un momento en nuestras actividades, en nuestra ajetreada mente,
miremos que todo lo que hay ha sido creado para nosotros, para que lo
saboreemos.
Y aceptemos que la
vida nos corrija todas las veces que haga falta, porque es sabia y está a
nuestro favor.
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