Hay una tentación que
nos ataca con relativa frecuencia en nuestro aprendizaje humano-espiritual, es
la del desánimo o el desaliento, las dos palabras significan lo mismo: sin
espíritu, sin alma. Yo añadiría “sin chispa”.
Cuando nos
desanimamos nos quedamos sin ganas de seguir en nuestra búsqueda. Lo que es
apasionante se nos queda en monotonía y nos cuestionamos si vamos por el buen
camino.
Si bien es verdad que
las 24 horas de cada día son importantes, los ratos de aislamiento y oración
son esenciales porque ahí recargamos pilas, renovamos ilusión.
Esa reflexión íntima
diaria en solitario la necesitamos para tocar nuestro espíritu, comprobar que
continúa ahí, que seguimos vivos para lo esencial y debemos ponernos en marcha
de nuevo para alcanzar nuestro destino que no es otra cosa que la plenitud del
amor. “Dios es el Señor de todos los
destinos, y su voluntad es amor” (Thomas Merton).
La tentación del
desánimo nos acecha. Preparemos nuestras armas que son la atención, decisión,
humildad. No nos cansemos de decir con las palabras del salmista: “a ti te llamo, escúchame, ten compasión de
mí, respóndeme”. Y no dejemos de confiar en que sí nos responde y nos
escucha, porque él va delante de nuestras peticiones y pone en nuestros labios
la súplica y en nuestro corazón la inquietud.
Para que no nos
quedemos “sin espíritu” tenemos que ser un poco cabezotas y dirigir nuestra
mirada una y otra vez en una misma dirección: el horizonte infinito de amor en
el que estamos inmersos. Ante cualquier dificultad de la vida, ¡y las hay!,
miremos al cielo, es decir a nuestro equilibrio personal, y encontremos ahí la
fuerza para vivir siempre en armonía.
Miremos a los grandes
santos, muchos han sufrido épocas de desánimo y sequedad, y nos lo han dejado
por escrito. También en eso son un modelo para nosotros porque nos enseñan a
ser constantes y confiar, en cualquier circunstancia.
Los momentos de
desánimo son una etapa más en esta peregrinación en la que estamos metidos. Hay
que aceptar el día tanto si llueve y está nublado como si sale el sol. El
desánimo es nuestro día nublado.
Aceptemos la ausencia
de claridad y de luz. No seremos felices hasta que no aprovechemos y saboreemos
lo que tenemos. Sin preocuparnos de lo que carecemos.
Todo está bien
preparado por la sabiduría infinita, ésa que no podemos alcanzar a comprender.
Cuando nos
desanimamos, cuando llueve, aceptemos con humildad la lluvia, sabemos que por
encima de las nubes y sobre nuestras cabezas el sol siempre brilla.
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