domingo, 21 de septiembre de 2014

El desánimo



Hay una tentación que nos ataca con relativa frecuencia en nuestro aprendizaje humano-espiritual, es la del desánimo o el desaliento, las dos palabras significan lo mismo: sin espíritu, sin alma. Yo añadiría “sin chispa”.
Cuando nos desanimamos nos quedamos sin ganas de seguir en nuestra búsqueda. Lo que es apasionante se nos queda en monotonía y nos cuestionamos si vamos por el buen camino.
Si bien es verdad que las 24 horas de cada día son importantes, los ratos de aislamiento y oración son esenciales porque ahí recargamos pilas, renovamos ilusión.
Esa reflexión íntima diaria en solitario la necesitamos para tocar nuestro espíritu, comprobar que continúa ahí, que seguimos vivos para lo esencial y debemos ponernos en marcha de nuevo para alcanzar nuestro destino que no es otra cosa que la plenitud del amor. “Dios es el Señor de todos los destinos, y su voluntad es amor” (Thomas Merton).
La tentación del desánimo nos acecha. Preparemos nuestras armas que son la atención, decisión, humildad. No nos cansemos de decir con las palabras del salmista: “a ti te llamo, escúchame, ten compasión de mí, respóndeme”. Y no dejemos de confiar en que sí nos responde y nos escucha, porque él va delante de nuestras peticiones y pone en nuestros labios la súplica y en nuestro corazón la inquietud.
Para que no nos quedemos “sin espíritu” tenemos que ser un poco cabezotas y dirigir nuestra mirada una y otra vez en una misma dirección: el horizonte infinito de amor en el que estamos inmersos. Ante cualquier dificultad de la vida, ¡y las hay!, miremos al cielo, es decir a nuestro equilibrio personal, y encontremos ahí la fuerza para vivir siempre en armonía.
Miremos a los grandes santos, muchos han sufrido épocas de desánimo y sequedad, y nos lo han dejado por escrito. También en eso son un modelo para nosotros porque nos enseñan a ser constantes y confiar, en cualquier circunstancia.
Los momentos de desánimo son una etapa más en esta peregrinación en la que estamos metidos. Hay que aceptar el día tanto si llueve y está nublado como si sale el sol. El desánimo es nuestro día nublado.
Aceptemos la ausencia de claridad y de luz. No seremos felices hasta que no aprovechemos y saboreemos lo que tenemos. Sin preocuparnos de lo que carecemos.
Todo está bien preparado por la sabiduría infinita, ésa que no podemos alcanzar a comprender.
Cuando nos desanimamos, cuando llueve, aceptemos con humildad la lluvia, sabemos que por encima de las nubes y sobre nuestras cabezas el sol siempre brilla.

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