Preguntaron a un
monje anciano qué hacían en el monasterio, y él respondió con paz: “Oh, caemos y nos levantamos, caemos y nos
levantamos, caemos y nos levantamos”. Era el humilde reconocimiento de su
condición humana.
Más o menos lo mismo
hacemos nosotros fuera del monasterio, también caemos y nos levantamos, y
estamos en un continuo vaivén, en un ir y venir de alegrías y tristezas, logros
y fracasos, caídas y oportunidades. Esos contrastes están en nuestra misma
naturaleza. Somos así.
Contando con todos
esos altibajos, se trata de ser todo lo que podemos ser. No quedarnos a medias
en la realización personal para así acceder a la dicha que nos corresponde.
Los seres humanos
debemos estar asentados en nuestra propia experiencia de vida. Esta nos llevará
a una espiritualidad que significa una transformación interior continuada, que
afecta a todo lo que sale de nosotros y convierte nuestra búsqueda en camino privilegiado,
nuestra sensibilidad en un tesoro, nuestra actitud de servicio en un deber y
nuestra acogida en el mismo Amor con mayúsculas que nos impulsa a ser
compasivos.
Son profundamente
espirituales las personas que saben darse. Las que se entregan sin horarios ni
medidas. Las que dan sin esperar gratificaciones porque en el mismo acto de dar
ya está la recompensa.
Del relato del
principio, yo destacaría sin duda cuando dice: “él respondió con paz”. Porque
ésa es la enseñanza que encierra esta historia, no que la vida tenga altibajos
sino que los encaremos con calma, sin dejarnos desequilibrar hacia uno u otro
extremo: el de la máxima desesperación o el de la máxima euforia.
Como ya he dicho, se trata
de llegar a ser todo lo que podemos ser. Y para eso nos sirve todo lo que nos
sucede, sea bueno o malo, agradable o desagradable.
Y si todo nos sirve,
se llega de modo natural a una conclusión que puede sonar a herejía: no hay
nada malo, nada erróneo, porque todo nos construye.
“El Tao no toma partido, da nacimiento tanto al bien como
al mal, da la bienvenida tanto a santos como a pecadores.”
Borremos de nuestro
lenguaje los juicios de valor, quitemos la dicotomía bien/mal, avancemos
desnudos de certezas sobre el abismo del misterio sin límites, abracemos
nuestra ignorancia y nuestra debilidad, besemos el suelo que se nos ha
permitido pisar.
Y digamos sí a la
vida tanto cuando caemos como cuando nos levantamos.
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