Hay que hacerse nuevo. Buscar formas
inéditas de vivir. Otras maneras que nos hagan levantar la cabeza de la rutina,
del hastío, de la peligrosa monotonía.
Para ello no hay que cambiar de casa ni
de ciudad, sencillamente hay que escalar el Himalaya de la propia interioridad.
Ahí dentro es donde se cuece la nueva vida. Nunca escalar una montaña ha sido
tarea fácil, sí apasionante.
Y qué tengo que hacer para hacerme nuevo
por dentro. En primer lugar prestar atención a lo que me interesa. Estar atento
es muy importante, porque donde focalizamos nuestra atención, eso queda
resaltado y subrayado.
A lo largo de nuestra vida vamos
aumentando nuestra capacidad de atención, todos nuestros esfuerzos por estar
atentos, desde niños, se suman, nunca se pierden.
Cuando a alguien le gustan las plantas
está atento a toda la información que le llega sobre este tema, lo mismo sucede
con quien le gusta hacer buenas recetas de cocina, o con cualquier otro tema.
Por eso hay que comenzar por interesarse
por el bienestar íntimo, por el equilibrio personal. Y ahí volcar toda nuestra
atención. Este primer paso ya es decisivo, ya es ponernos en camino
conscientemente.
Después, importantísimo, saber que somos
llevados y guiados. Y que si se ha suscitado ese interés en nosotros, nunca es
azar, es que Alguien nos ha llamado por nuestro nombre y nos ha dicho: “ponte
en camino y déjate guiar por mí”. Y confiados en esas palabras, ponernos en
marcha hacia nosotros mismos, o lo que es lo mismo, hacia él.
La alegría de caminar es indispensable.
Somos seres débiles e insignificantes, movidos por un Amor infinito, sólo
pensar esto nos tiene que llevar a estar sorprendidos e ilusionados. Dice Santa
Teresa del Niño Jesús: “Yo me considero
como un pajarillo débil, recubierto sólo de un ligero plumón. No soy águila,
sólo tengo de ella los ojos y el corazón, pero, a pesar de mi extremada
pequeñez, me atrevo a mirar fijamente al sol divino, al sol del amor, y mi
corazón siente en sí todas las aspiraciones del águila”. Eso es lo que nos dicen
los grandes santos, que son nuestros guías, que somos pajarillos
insignificantes incapaces de volar, pero somos transportados en las alas del
Viento divino, sin que tengamos que hacer nada. “Se puede encontrar pero no se
puede buscar”.
Según las palabras de Simone Weil: “la
oración está hecha de atención”. Por eso, estemos atentos a nuestro vuelo y
admiremos su belleza.
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