miércoles, 30 de julio de 2014

Sé que me amas



A la velocidad del amor mis pasos me acercan a ti porque nuestra atracción es infinita y nuestra amistad será eterna, sé que me amas, y con ese mismo amor, yo te amo.
Sé que me mimas y me proteges, y me emociona. Ya no podría vivir sin el privilegio de sentirme hija adorada, por eso mi corazón está lleno de ternura y agradecimiento.
“De lejos percibes mis pensamientos, distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares, me cubres con tu palma. Tanto saber me sobrepasa, es sublime y no lo abarco”. (Sal 139).
Sí, es una tranquilidad saberse en unas manos amorosas y atentas, que me adivinan el pensamiento antes de que surja en mi boca la primera palabra. Que saben de mis intenciones más escondidas. Es una Realidad que me sostiene en el vivir y a la que no podré engañar jamás.
“Tanto saber me sobrepasa”, no cabe en la estructura de mi mente, mi conocimiento no llega a tanto, no le da alcance. No podré comprenderlo jamás.
Si la velocidad de la luz es desorbitante, la velocidad del amor le gana, es instantánea: ya lo deseo, ya he llegado a mi objetivo. No encuentra barreras, porque todo lo creado es su hábitat natural, su casa.
Cuanto más expresemos cercanía y ternura, más estaremos en sintonía con el universo amoroso que nos acoge y nos impulsa a vivir. Pero no lo tenemos fácil,  porque estamos inmersos en la tentación perenne de la desconfianza y el desánimo.
Sentir lo que dice el Salmo 139 es mi meta: no hay independencia entre Dios y yo. Ni el más mínimo espacio nos separa. Existe una voluntad de amor infinito en una pequeña criatura. Esto lo apreciamos mejor cuando tenemos el corazón atento al prodigio y la belleza de la vida.
Sé que tengo el divino encargo de cuidar a todos mis hermanos y a mi querido mundo, a veces desorientado en caminos largos y difíciles.
Sé que los paisajes me miran con respeto, que tengo al sol por hermano, y que recibo la caricia del viento. Con esta buena compañía voy adonde me marcan mis caminos. Con luces y sombras, errores y aciertos, y con la alegría de la fe que me empuja a buscar y a alabar.
Dice el mismo Salmo: “para ti no hay diferencia entre la oscuridad y la luz”, porque nuestras equivocaciones y errores también están a plena luz. Son problema para nosotros, no para Aquél-que-sólo-ama.
Termino con el mismo anhelo del salmista: “Dios mío, mira en el fondo de mi corazón y pon a prueba mis pensamientos. Dime si mi conducta no te agrada y enséñame a vivir como quieres que yo viva".

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