A la velocidad del amor mis pasos me acercan a ti
porque nuestra atracción es infinita y nuestra amistad será eterna, sé que me
amas, y con ese mismo amor, yo te amo.
Sé que me mimas y me proteges, y me emociona. Ya no
podría vivir sin el privilegio de sentirme hija adorada, por eso mi corazón
está lleno de ternura y agradecimiento.
“De lejos
percibes mis pensamientos, distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas
te son familiares, me cubres con tu palma. Tanto saber me sobrepasa, es sublime
y no lo abarco”. (Sal 139).
Sí, es una tranquilidad saberse en unas manos
amorosas y atentas, que me adivinan el pensamiento antes de que surja en mi
boca la primera palabra. Que saben de mis intenciones más escondidas. Es una
Realidad que me sostiene en el vivir y a la que no podré engañar jamás.
“Tanto saber me sobrepasa”, no cabe en la
estructura de mi mente, mi conocimiento no llega a tanto, no le da alcance. No
podré comprenderlo jamás.
Si la velocidad de la luz es desorbitante, la
velocidad del amor le gana, es instantánea: ya lo deseo, ya he llegado a mi
objetivo. No encuentra barreras, porque todo lo creado es su hábitat natural,
su casa.
Cuanto más expresemos cercanía y ternura, más
estaremos en sintonía con el universo amoroso que nos acoge y nos impulsa a
vivir. Pero no lo tenemos fácil, porque
estamos inmersos en la tentación perenne de la desconfianza y el desánimo.
Sentir lo que dice el Salmo 139 es mi meta: no hay
independencia entre Dios y yo. Ni el más mínimo espacio nos separa. Existe una
voluntad de amor infinito en una pequeña criatura. Esto lo apreciamos mejor
cuando tenemos el corazón atento al prodigio y la belleza de la vida.
Sé que tengo el divino encargo de cuidar a todos
mis hermanos y a mi querido mundo, a veces desorientado en caminos largos y
difíciles.
Sé que los paisajes me miran con respeto, que tengo
al sol por hermano, y que recibo la caricia del viento. Con esta buena compañía
voy adonde me marcan mis caminos. Con luces y sombras, errores y aciertos, y
con la alegría de la fe que me empuja a buscar y a alabar.
Dice el mismo Salmo: “para ti no hay diferencia entre la oscuridad y la luz”, porque
nuestras equivocaciones y errores también están a plena luz. Son problema para
nosotros, no para Aquél-que-sólo-ama.
Termino con el mismo anhelo del salmista: “Dios mío, mira en el fondo de mi corazón y
pon a prueba mis pensamientos. Dime si mi conducta no te agrada y enséñame a
vivir como quieres que yo viva".
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