domingo, 27 de julio de 2014

Él me llamó



“Jesús les llamó” (Mt 4, 21).
He recibido una llamada y me he levantado de la tierra, me he unido a todos los que caminan siguiendo la misma voz: soy peregrina de mi universo. Me acompaña la alegría de todos los colores, de todas las músicas, de las preciosas melodías interiores, la luz de todos mis hermanos, la belleza de mi soledad, la decisión de mis células que son sabias. He recibido una llamada y me he puesto en camino.
Jesús me llamó, a través de personas, lecturas, amaneceres, y corazones amigos, y yo me he puesto en marcha. Su llamada es poderosa, viene envuelta en ayudas y bendiciones, sin ellas no podría hacer nada, no podría levantar mi mirada ni hacer volar mis deseos.
Él me llamó, me abrió los oídos, me dio un nuevo corazón, un espíritu aventurero y firme, abrió para mí un manantial en mis entrañas y me regaló una sed inagotable e infinita.
Gracias a la sed me pongo en movimiento y pregunto a mis constelaciones interiores cuál es el camino para llegar a esa fuente.
Mi universo interior es mi aliado, no me deja sola, comparte mi búsqueda, se alegra con mis aciertos, me ayuda en los malos momentos. No me abandona a mi suerte.
Yo me formo y aprendo con todo cuanto viene a mis orillas, puede ser que mi única faena sea abrazar mi vida y decir “amén”.
Aprender humildemente a ser agradecida. Y también comunicar agradecimiento a mi alrededor. Acepto esa tarea como lo mejor que me podía haber tocado aquí, en esta tierra rodeada de estrellas y de prodigios.
Colaborar para que otros sientan la misma llamada que he escuchado yo. Abrir mi corazón a mis hermanos, como Jesús me lo ha abierto a mí. Poner mi vida al servicio de todos.
Fácil de decir pero muchos rincones por airear en mi interior, una limpieza profunda, una decisión grande de no mirarme a mí, de morir yo a todos mis egoísmos para que viva él. De dejar mis espacios libres y limpios. De ese modo caminaré paso a paso para entrar en la vida plena y el gozo auténtico, y llegaré a sentir “la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rom 8, 21).
Recordemos siempre que no estamos solos, “el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad” (Rom 8, 26)

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