La materia de mi vida, y de todas las vidas, es Dios, por tanto nunca
puedo estar alejada de él. Cuanto más me ocupo de ser persona auténtica y plena
más me acerco a la sustancia que me da forma y sentido. Y eso que me sostiene
en la vida también es bondad infinita, ternura sin medida.
Cuando la Bondad pone a mi corazón en marcha, yo salgo de mi oscuridad y
voy buscando aquello que es “más íntimo
que lo más íntimo mío”, como decía San Agustín. Y me pongo a buscar fuera
lo que llevo dentro. Pocas veces nos explican esto así, podemos llegar a esto
por descubrimiento personal o siguiendo las huellas de los grandes maestros.
La misma esencia divina de mi vida se encuentra en todo lo que ha sido
creado, porque el Creador se ha donado a sí mismo en múltiples formas y
especies. Por tanto, con nuestra vida componemos y completamos la sinfonía
divina.
Detrás de cada nota, que somos cada uno, está el infinito de amor, el
increíble misterio. A esa orilla no podemos llegar plenamente mientras vivimos
aquí, pero sí podemos rozarla con nuestros deseos. Ser conscientes nos da las
alas que necesitamos para ese vuelo hacia nuestro mismo centro.
Si pensamos en Dios como nuestra misma materia, eso nos da una cercanía
increíble y desterramos la idea heredada a través de los siglos de un dios
lejano e inaccesible, juez riguroso y temible.
Podemos decir que Dios está a la vista en la bondad que manifiestan las
personas, y en la belleza de la tierra. Sale a la luz en todas las sonrisas, en
todos los abrazos y también en nuestras buenas intenciones.
Cuando damos las gracias a las personas, pensemos que tenemos que darlas
en primer lugar a Dios que es el que está detrás de todo lo que sucede, dándose
a luz a sí mismo en todas sus criaturas.
Siempre es buen momento para verlo en nosotros mismos, para declararle
nuestro amor. No pensemos que cuando nos va bien es mejor para encontrarle que cuando
nos va mal. Buscamos más desgarradoramente su presencia en los momentos de
crisis, soledad, sufrimiento, abandono. En cambio, cuando no tenemos problema
de ningún tipo, ni económicos ni de otra clase, es más fácil que nos olvidemos
de la trascendencia en nuestras vidas.
Por eso, no desperdiciemos ninguno de nuestros momentos, instalémonos en
un diálogo continuado con nuestra misma intimidad amorosa.
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