miércoles, 16 de julio de 2014

Se aprende lo que se vive



¿Cómo hablar de Dios sin vivirlo? ¿Cómo explicar la alegría sin haberla experimentado?
Sabe de penas el que las ha pasado, sabe de amor el que lo experimenta. También para saber de Dios hay que vivirlo, no sólo hablar de él.
Si hablamos de algo sin haberlo experimentado, hablaremos en teoría, desde fuera, sin engancharnos emocionalmente, sin participar vitalmente, no convenceremos porque no estaremos plenamente convencidos. Y nos perderemos lo principal de esa sabiduría, que es disfrutarla.
El que se entusiasma con un tema, lo vive, lo aprende y lo transmite. Poniendo como ejemplo la educación escolar, se tiende a dar cada vez mayor importancia a la parte de la experiencia personal para que la adquisición de los conocimientos sea más auténtica. Es decir, que los alumnos no aprendan las materias de memoria, sino que lleguen a ellas a través de casos prácticos, talleres, experimentos, realizaciones concretas en los que intervenga la totalidad de la persona no sólo la mente. De esa forma es como el conocimiento queda perfectamente asimilado porque lo han vivido.
A Dios hay que experimentarlo, saborearlo, de la manera humana, torpe y a la vez maravillosa, que nos está permitida. No esperemos visiones espectaculares.
Hay una diferencia entre información de las cosas de Dios y la experiencia íntima de él. Porque el tema divino no es una cuestión más del saber humano, es algo más, afecta al fundamento de nuestra existencia. Entablamos diálogo con él desde nuestra misma intimidad, lo conocemos desde nuestro hondo anhelo. Nuestras entrañas sedientas nos conducen a la fuente que siempre mana. Cuando nos sumergimos en esa fuente, nos enriquecemos porque nos sentimos especiales, privilegiados, amados. Y cuando lo saboreamos siempre queremos más.
A Dios hay que vivirlo. Y no hay recetas infalibles para hacerlo, porque cada uno tiene su camino particular, lo que sí hay son consejos muy útiles y buenos ejemplos a seguir.
En primer lugar, tómate muy en serio tu ser en Dios, dialoga con él en la intimidad de tu corazón, reúnete con otros que sientan lo mismo, estudia el tema, fórmate, busca siempre el bien, y confía a muerte.
Muy importante: acepta y abraza tu vida tal cual es, porque todas tus circunstancias, sean más o menos favorables, las ha puesto Dios para ti. No hay equivocaciones en este terreno.
Y disfruta de tu vida, porque el mismo Dios-Amor te sostiene en la existencia.

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