Voy
a hablar de mi Espíritu pero voy a decir “ella” porque en hebreo RUAH es
femenino.
Me
atrae esa Ruah que es aliento de todo cuanto vive y nos pone en contacto con el
Otro que está en uno mismo y en todos los otros. Ella es regazo maternal, fuente
de vida, creatividad continua y abrazo gozoso.
Ella
nos toca el corazón para caminar y nos abre los labios para alabar. Cuando
nosotros creemos que vamos, es que hemos sido llevados, porque ella nos da el
impulso para vivir, segundo a segundo.
La
Ruah está en todas sus criaturas, en todos los encuentros, es nuestro enlace
directo con el infinito de amor. Porque pertenecemos a la categoría que se
puede llamar “Hijo”, o “Creación”, existe otra que se llama “Padre”, y el nexo
de unión, la vía del amor, está representada en nuestra Ruah. Está todo tan
bien relacionado que fácilmente podemos pensar que todo es lo mismo, pero
nosotros los humanos necesitamos hacer partes para llegar al todo, no nos caben
en la cabeza tantos misterios, tanta grandeza a la vista.
Mi
Espíritu maternal amamanta mi cuerpo, mis neuronas se revolucionan con su imán
atrayente, mis sueños los siembra su mano. Y, dentro de la oscuridad de mis
ojos cerrados, yo sigo sus indicaciones, voy con mis puertas abiertas y con mis
preguntas a cuestas. Y así, camino de su mano.
Ella
sabe lo que más me conviene, y me lo da. A veces no serán éxitos sino fracasos,
no serán alegrías sino tristezas. Me dará lo que necesito para mi formación.
Nada
es azar en esta vida, todo está preparado con una eternidad de tiempo de
antelación. A nosotros sólo se nos pide la adhesión ilusionada al plan divino.
Y para ello se nos regala nuestra Ruah, para que podamos construirnos a
nosotros mismos, quitar los muros que nos impiden avanzar y levantar un espacio
divino en nuestro mismo centro.
Nuestra
Ruah-Espíritu tiene la misión de revelarnos la ternura de Dios, ella nos invita
a la danza cósmica del agradecimiento y la alegría. Hace florecer lo que
parecía muerto, y hace que de nuestra pequeñez brote una sabiduría nueva,
fecunda, rompedora.
Ella
es la Madre de todos los pequeños brotes de alabanza que nacen en mi persona.
Es la inspiradora de todos mis buenos deseos y es mi Maestra, la que se ocupa
de mi despertar porque quiere que aprenda a ser feliz.
Sin
duda es la más gran aliada de todos los seres humanos.
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