domingo, 15 de junio de 2014

Como los apóstoles



No sé por qué ese empeño en cerrar las estadísticas, por ejemplo, se dice que los apóstoles eran 12, pero debe haber unos cuantos más porque yo me siento totalmente una apóstol, y lo que se dice de ellos lo siento totalmente mío.
Dice la Biblia que ellos “esperan y se preparan en oración, para vivir la gran promesa del Padre de la que Jesús les ha hablado” Y también dice: “cuando el Espíritu venga recibiréis una fuerza y seréis mis testigos”. Dice el texto que “oyeron un viento fuerte resonando por toda la casa”. Yo estoy oyendo un canto emocionado de pájaros del parque cercano, y tengo un manto gris sobre mi cabeza porque hoy no he podido saludar al sol.
Exceptuando esta diferencia entre el viento y el canto de pájaros, todo lo demás se cumple en mí: Porque yo espero y me preparo en oración. Porque, sin duda, he recibido una fuerza y soy testigo privilegiada del amor divino.
Lo que sucedió hace unos cuantos siglos sigue sucediendo ahora, con la misma intensidad irrumpe el Espíritu en su casa, que es el corazón de las personas y nos hace levantarnos de nuestras miserias y caminar hacia la luz. Y nos hace hablar las lenguas que son entendidas por todos, las de la armonía, la compasión y el amor.
Si no actualizamos el mensaje, éste está muerto.
En cada corazón humano se desarrolla el misterio, cada uno sabe de sus sufrimientos y su peregrinar, cada uno en su oscuridad personal lanza gritos de dolor, gritos sin voz. Cuántas veces arrastramos nuestra humanidad torpemente, sin rumbo claro y sin meta. Cuántas veces nuestros fantasmas personales se vuelven contra nosotros, y nos encontramos desnudos frente al mundo y con un abismo bajo nuestros pies.
Pero no hay que olvidar que también el pozo es camino, y también las lágrimas sirven. Y el mismo drama humano que se desarrolla en nosotros, se desarrolló en esos primeros 12 apóstoles, que habían pasado de la adhesión a la traición. Y que también eran personas débiles y asustadas, igual que nosotros dos mil años después.
Todos recibimos la fuerza que necesitamos, se nos presta. Y en el momento que esta fuerza nos invade, salimos de nuestra pequeñez, se amplía nuestro horizonte, nos sentimos amados y habitamos el cielo. Ésa es mi expresión favorita: “Estoy en medio del cielo”.
Como apóstol amada del Señor bendigo la fuerza que me pone en marcha cada mañana. Bendigo a todas las criaturas que me acompañan.

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