Me gustan las frases que dejan un fondo
de misterio por descubrir. Que cada vez que las leo me aportan nuevos matices.
Que no me las acabo de una sola vez.
Por ejemplo: “Cada hombre tiene que ser tratado como Dios, porque Dios ha querido
ser y dejarse tratar como hombre”. (Juan L. Ruiz de la Peña).
¿La divinidad del ser humano es lo mismo
que la humanidad de Dios?
Hombre y Dios, ahí estoy yo, en medio de
grandes palabras, de infinitas, inabarcables realidades.
Ese es mi lugar y mi sentido. En mí
misma se da un encuentro mágico entre Creador y Criatura, al que yo asisto
medio ignorante pero, eso sí, con una gran dosis de entusiasmo.
En una frágil persona se dan cita todos
los misterios insondables que acompañan al hombre desde el principio de los
tiempos y que se manifiestan en cada nueva vida.
¿Y cuándo nacemos realmente: cuando
salimos del vientre materno o cuando sentimos que estamos vivos? Esta sería una
pregunta a desbrozar, a dialogarla, en solitario o en grupo. Sentir la grandeza
de la vida quedaría para mí como un primer nacimiento.
Todas las antropologías, las teorías,
las corrientes de pensamiento, pasan a través de mi persona. Toda la evolución
humana, desde los primitivos seres vivos, ha llegado hasta este cuerpo/espíritu/caminante,
hasta este anhelo-con-piernas, que soy yo.
Y me encuentro con que toda la
información que me llega no me sirve absolutamente para nada, si no siento mi
corazón tocado, acariciado, por Algo/Alguien. Si no siento la alegría de mi
casa habitada por un huésped que es amante solícito y derrocha ternura a manos
llenas.
Puedo prescindir de todas las teorías,
de las especulaciones, pero no de ese calorcito interno que da sentido a mis
días.
Es una aventura, que llevo a cabo en
solitario y también en comunidad, la de luchar por lo que es mío, extraer las
perlas de sabiduría que son para mí: leyendo, estudiando, memorizando párrafos
enteros, desgranando letanías con mis labios, adornando mi altar personal,
dialogando conmigo misma y con todo lo que me acompaña, alabando los brotes
nuevos, bendiciendo este planeta que gira mientras yo camino, y haciendo
declaraciones de amor secretas hacia todo lo que está vivo, en cada momento.
El resultado de mis averiguaciones me
lleva a tener una mirada asombrada, curiosa, confiada de mi realidad. Y a
sentirme unida a todos y a todo, en un abrazo humano que es al mismo tiempo
divino.
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