“No pregunto al herido cómo se siente, soy el
herido”. “Yo soy el hombre, yo padecí, yo estaba allí.” (Walt Whitman).
Todos los sentimientos pasan por mi persona.
Todas las actitudes, y las penas y alegrías. Yo soy el hombre. Ese hombre que
pasa un instante por aquí, pero su sitio fijo, el que no le va a arrebatar
nadie, es la eternidad, de la que proviene y adonde va. Lo raro, lo esporádico
es pasar por la experiencia humana.
El ser humano que soy es el que está en todos,
comparto genes y soledad, sueños y fragilidad. Por eso sé cómo se siente el
herido y todo aquel que tiene vida.
También sé que la gratitud que borbotea en mi
manantial interior es un agua necesaria en el mundo. Mi corazón agradece porque
también soy la boca de la humanidad que vive. En mis átomos se acumula la
energía prestada que me lleva a decir gracias. No es cosa mía, todo sucede
porque yo soy el hombre.
Sin esa acción de gracias, expresada o sentida, yo
sería un muerto con apariencia de vida.
Como “hombre”, además de agradecer estoy
dispuesta “a tomar decisiones afables”, como dice una buena amiga. A bendecir y
estar disponible para recibir y dar, acoger y amar. Siempre y en cada momento.
Porque todo lo que me ocurre, sea bueno o menos bueno, está dentro de la vida.
Y la vida es la mayor bendición, y el milagro más grande, en el que participo
con cada respiración.
Me mantendré receptiva y alerta para que no se
pierda el amor infinito depositado en mi corazón.
Y poder decir al final de mis días: he tenido el
privilegio de ser humana y de amar.
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