domingo, 13 de agosto de 2017

Mar de luces

La sencillez de la vida, la inocencia, la sonrisa fácil. Son para mí caminos y metas. Es un proceso de despojamiento y aprendizaje, con lo que nos toca a cada uno, es decir, con la misma vida, no en paralelo.
Entre rígidos envoltorios y con cáscaras endurecidas, en nosotros siempre hay un niño, al que tenemos que rescatar y volver a poner en el centro.
Ese niño es el que conserva la capacidad de asombrarse, apasionarse, entregarse. Y es en esa entrega donde aprendemos a ser receptivos, porque antes nos hemos vaciado de todos los impedimentos, tantos, que no nos dejan saborear lo más pequeño de la vida, que es lo que está a nuestro alcance.
Que todo está bien tal como está y no tengo que llegar a ningún sitio porque ya estoy donde tengo que estar, lo sé, pero solo a nivel teórico. En la práctica aún aspiro a conquistar una cima inexistente y lejana, donde se acabará la noche y todo será luz.
Me viene muy bien aterrizar en el presente más inmediato, en el ahora mismo, y esa es mi faena de todos los días. Así se disuelven las angustias de qué pasará y qué haré.
Recurro a la atención plena, la contemplación, el diálogo interior, y el silencio, siempre que puedo. También echo mano de la oración del corazón, del abandono y la alabanza.
Sin salir de mi casa me uno a todos los contemplativos, enamorados y buscadores. Me siento familia de todos los seres humanos. Sé que hay muchas personas a las que ayudar y quiero dar mi pequeña luz al mundo.

Todas las personas transportamos esa luz, ese niño, y formamos un maravilloso mar que alumbra la tierra.

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