No perdamos de vista el alma, la trascendencia que hay en todo, hasta en lo
más rutinario y sencillo. Leí una vez un cuento para niños en el que decía que
todas las cosas tienen corazón, también los objetos.
El corazón no se refiere al músculo que late sino al ser que todo lo invade
y le da sentido.
Si tenemos el corazón adormilado, la consciencia está ausente y se nos
escapa la belleza y la magia del momento.
Ese corazón, que es nuestro cielo, lo podemos adornar, cuidar y mantener
limpio. Prepararlo como para una fiesta: la fiesta de la vida plena, que se
realiza en este mismo instante.
La vida puede resultar muy difícil si nos encerramos en nuestros egoísmos,
orgullos y rabietas. Sin embargo, estoy segura de que nadie quiere perderse el
lado amable y alegre, el momento único en el que se rompe la oscuridad y nos
alcanza la luz del encuentro, la complicidad y la esperanza.
Ese instante en que nos sabemos amados, y ya no importa el ruido que nos
envuelve, o lo enrevesado de los senderos. Porque por fin sentimos, olfateamos,
palpamos el plan de amor en el que estamos. Y ya no hay vuelta atrás. Ya
tenemos que vivir para contarlo, para ser transmisores y animadores de la
aventura espiritual que es la vida.
“Amar es una decisión”. También es una decisión vivir con consciencia y con
actitud positiva, no poner barreras, sí tender puentes. Aceptar una y otra vez.
“Cualquier cosa que el
momento presente contiene, acéptala como si la hubieras elegido.” (E. Tolle).
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