Cada vez entiendo menos. Cada vez puedo dar menos explicaciones
convincentes en el terreno de la trascendencia, la interioridad, la fe. Cada
vez soy menos creyente, en el sentido que se le suele dar a esta palabra. Lo
cual no es bueno ni malo. No hay juicios de valor en estos asuntos.
No estoy segura de nada. Hablo dando palos de ciego. Habito un maravilloso
universo, pero vivo encerrada entre mis emociones y mis miedos. La libertad me
llama pero no sé muy bien cómo llegar a ella. Me pesan los acontecimientos
cercanos y las catástrofes del mundo.
Todo un proceso me espera, toda una aventura de exploración, para descubrir
mi oasis interior y no dejarme arrastrar por mi mente cambiante. Debajo del oleaje
de los pensamientos, el mar siempre está en calma, ahí es donde quiero
sumergirme para encontrar el sentido y la plenitud.
Todos somos más o menos adictos al estrés y a la ansiedad. Proyectamos al
exterior nuestros temores y culpabilizamos a los demás de lo que nos pasa.
Quiero aprovechar cualquier instante para desengancharme del estrés y aprender
a vivir con hondura. Es decir, para vivir despierta.
Quiero poner pasión a mis días, ilusionarme cada amanecer, echarle ganas a
lo que la vida me va ofreciendo, para, en cada momento, usar mis armas de
bondad y compasión, conmigo misma y con todos.
Y poder decir con San Ignacio: “Tomad
Señor y recibid…” todo lo que tengo
y lo que soy, dame tu mirada de amor, que eso es suficiente para mí.
1 comentario:
Preciosa y sincera reflexión. Eso de llegar al hondo mar en.calma... Interior y profundo
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