La energía nos mueve por dentro y por fuera. Somos un laboratorio químico
con piernas y anhelos. Por supuesto, también hay un gran alquimista.
Toda nuestra vida fluye gracias a nuestras reacciones químicas. También las
sonrisas y buenos deseos tienen su correspondencia en las conexiones
neuronales.
Nuestro cuerpo es un organismo al que tenemos que estar profundamente
agradecidos. Es nuestro vehículo en la Tierra. Somos perfectos.
La gratitud, como todo, se entrena. Pongamos a nuestras neuronas,
conexiones, cerebro y procesos químicos a dar gracias. Solo con nuestra buena
intención, toda nuestra maquinaria se siente cómoda y bien.
Nos hemos acostumbrado a utilizar este maravilloso vehículo personal de
modo rutinario, como si no fuera la obra maestra que es.
Llevamos incorporadas armas poderosas: podemos eliminar las sustancias
tóxicas tan solo con envíos de ternura. Hacer desaparecer los temores con
oleadas de calma. Y los latidos de confianza todo lo pueden.
Nuestras conexiones internas nos sirven para lo que hemos llegado hasta
este planeta: aprender, contemplar, agradecer. En lo que nos sucede, no hay
ningún cabo suelto, todo nos sirve. Y todo es para bien.
“Yo te enseño lo que es
para tu bien, y te guío por el camino que debes seguir” (Is 48,17).
Alguien nos guía en el mar de los acontecimientos. Nuestros procesos
internos tienen un sentido, nuestra vida no va a la deriva.
Para demostrar nuestra gratitud, es el momento de dibujar una sonrisa con
nuestros órganos internos y también con la cara, actúa como medicina natural,
su efecto es instantáneo.
No es el azar lo que impulsa nuestro destino. Es la gracia. Eso es una
diferencia sustancial.
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