Por qué esa sensación de asombro y
a la vez de plenitud, de vida única y de misterio envolvente. Quizá eso lo da
el no saber. Si yo lo supiera todo, no habría magia. Igual que sucede cuando
descubrimos los trucos de los magos.
Son tantos los caminos que se me
abren, y tanta la belleza que toca mi corazón. Es tan increíble la perfección
de mis células y de todo el universo. Tan grande todo y a la vez tan pequeño se
hace para mí, para que yo pueda saborearlo.
A pequeñas dosis bebo la vida, y
se me van abriendo los cielos que están destinados a mí, poco a poco. Cuando
miro hacia atrás, veo la lógica de mis destinos. Cómo se han ido ensamblando.
Veo la ternura y la entrega de las
personas que me han marcado y que ya no están. Veo su caminar junto al mío,
todo para bien. Y las casualidades que se han ido tejiendo en tantos
encuentros. Y el amor que nos ha unido y que nos sigue uniendo.
El amor de verdad, que no es el
posesivo, siempre da una sensación de plenitud, de calorcillo o bienestar
interior. Y desde ese sentirnos bien surge el impulso para comunicarlo a los
demás. Hay que experimentarlo primero para poder darlo.
De alguna manera tengo que
corresponder a lo que se me da, quizás aumentando mi toma de conciencia y mi
actitud de servicio. Y no se me tienen que olvidar las palabras y gestos de
agradecimiento.
Este es un plan de vida ambicioso
porque abarca el infinito, a la vez que sencillo porque se lleva a cabo por
medio de detalles y pequeños pasos. Lo tengo a mi alcance, puedo hacerlo.
Es la mejor manera de aprovechar
todas las oportunidades que se me presentan para agradecer, y el mejor modo de
saborear el regalo de vivir.
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