miércoles, 4 de noviembre de 2015

Seguir las señales



Mi corazón es pequeño, mis sentidos muy limitados, mis pensamientos estrechos, mi lucidez escasa. Con esto quiero decir que es imposible para mí entender lo que nos trasciende, es decir, lo extraordinario de la vida.
Por eso cuando oigo decir que “el Espíritu del Señor estará continuamente sobre mí”, pues no sé exactamente lo que significa. No me imagino la plenitud de esa frase. “En todo mi monte santo no habrá quien te haga ningún daño”. No sé dónde estará ese monte, pero en la vida real hay mucha gente que sufre porque otros le hacen daño.
“Dad gritos de alegría porque el Dios Santo está en medio de vosotros con toda su grandeza”. Bueno, está claro que algo se me escapa, algo que está ante mis ojos, pero estos no lo pueden ver.
Y como quiero, necesito, creerme estos mensajes, tengo que ponerme en alerta y emplear lo único que tengo a mi alcance: la confianza. “En alerta” es vivir con esperanza activa, no con indiferencia. Y sobre todo tengo que fiarme de su Palabra.
Todos somos Palabras pronunciadas en el Universo, pero es Jesús nuestra máxima referencia. Y él apuesta por la bondad de corazón y el cuidado de los que nos rodean y nos lo dice incansablemente, con relatos, con ejemplos clarísimos, con pasión y alegría, con paciencia y humildad, y con la entrega de su vida.
Ahí tengo dónde agarrarme, él es una persona como yo, y, de mil maneras, me dice: ama. Eso sí lo entiendo y sé cómo hacerlo.
Voy a seguir las señales que él y tantos otros me van dejando en el camino. Nunca voy sola, alguien me guía.
Voy a construir mi vida con sus indicaciones, no perderlas de vista, ponerlas en práctica y grabármelas en mi mente. “Atiende mis palabras, préstales atención, jamás las pierdas de vista, grábatelas en la mente.” (Pr 4)

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