No hay nada definitivo, vivimos en proceso.
Lo que significa también: en inseguridad y duda, en asombro y expectativa. A
nuestro alrededor hay simplemente procesos y cosas sin resolver. Eso sucede
mientras caminamos por esta tierra.
Este deambular no es algo frio que sucede
en un lugar extraño sino que es algo atractivo y cálido, que nos sucede
básicamente por dentro. Es nuestra propia historia sagrada y es apasionante,
porque caminamos hacia nuestra tierra prometida, ese lugar de Paz y Presencia
continuada en nosotros.
Nuestros pasos se unen a los de otros,
vamos siguiendo huellas que nos precedieron y dejando las nuestras. Todo nos
sirve para avanzar, porque está puesto en nuestro camino para nuestro bien.
Todo son ayudas.
Qué diferente es ver las cosas así a pensar
que todo son inconvenientes. Esa visión negativa o positiva es la diferencia
entre vivir verdaderamente o no.
Pongamos la mirada en lo que nos conviene y
lo que nos construye. Y quitemos nuestra preocupación de todo lo demás, así
emplearemos nuestras fuerzas en lo que de verdad importa: la armonía personal y
universal.
Todos somos luchadores y a la vez tenemos
alma de niño, aunque a veces esta la tengamos sepultada y olvidada, siempre la
podemos recuperar con un acto de toma de consciencia.
Sabemos “pelear” por lo que nos interesa y
dedicar nuestro esfuerzo para elegir las actitudes que nos hacen grande el
corazón, las que nos hacen falta y desechar las que nos obstaculizan.
En este proceso que somos, vamos soltando y
recogiendo para mantener el equilibrio interno. Depende de lo que soltemos y de
lo que recojamos, el resultado es uno u otro. Está claro que sería mejor soltar
tensiones que recogerlas, conviene estar
muy atentos a esto.
Yo, personalmente, me propongo coleccionar
ternuras, sonrisas, abrazos, cantos, danzas y gestos de bienvenida. Para luego
poder regalarlos en todos mis encuentros.
Se vive mejor así.
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