Ese río que es nuestra vida,
arrastra desechos, inercias, cosas inservibles, historias mal gestionadas. La
corriente de todos los ríos humanos es idéntica a la nuestra, fluye y fluye,
sin que podamos detener los acontecimientos, parar los minutos o encauzar lo
que no va por el camino correcto.
Somos débiles, inconstantes,
temerosos, y además mal pensados y orgullosos. Y sin embargo, somos caminantes
privilegiados sobre una Tierra sagrada.
Es imposible entendernos,
comprender el alcance de la existencia, de la vida y la muerte, es difícil asimilar
nuestra propia pequeñez y a la vez nuestra grandeza.
Nuestra mente no puede abarcar
todo eso. Pero quién ha dicho que sea la mente la que decide y manda. Tenemos
un cerebro en el corazón, esto no me lo he inventado, lo he leído. Este cerebro
capta las cosas antes y mejor que el que tenemos en la cabeza. Es donde se
libera la oxitocina, que es la hormona del amor. Cuando se utiliza el cerebro
del corazón todo se armoniza y funciona correctamente.
Nuestro cuerpo, en su
imperfección, es perfecto, tenemos que confiar en lo que la naturaleza nos ha
dado, no estamos desasistidos o abandonados.
No dependamos tanto de la mente,
independicémonos de los pensamientos. Dice el Tao: “Deja de pensar y finalizarán
tus problemas”. Me parece genial. Lo voy a intentar. Y si no puedo dejar de
pensar, por lo menos poner en tela de juicio todo lo que pienso, burlarme un
poco de mis propios pensamientos. Saber que no son inamovibles. Ser consciente
de ello, con eso me conformo.
Solo quiero darme cuenta de que soy
caminante dentro de un universo extraordinario y una divina creación. Y poner
toda mi energía a su servicio.
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