domingo, 27 de septiembre de 2015

Nuestras palabras



Cuando nos vayamos, nuestras palabras se quedarán en esta tierra, habremos dejado un planeta mejor, o peor. Porque la palabra es capaz de limpiar y también de ensuciar. Tenemos gran responsabilidad, hay que poner cuidado en lo que se dice.
Lo que sale de nuestra boca se ha gestado en el corazón antes de ver la luz. Esa gestión inicial es el origen de todo. Dentro acumulamos muchas, demasiadas cosas que han llegado hasta nosotros desde que nacemos.
“De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12,34). Uno habla lo que vive, lo que acumula y experimenta. Si yo he recibido abrazos, mis palabras son caricias, si recibo rechazo, mis palabras atacan.
Las palabras tienen poderes. Es importante pensar antes de hablar. Si vemos que nuestras palabras quieren hacer daño, mirarnos dentro y ver por qué está pasando eso. Actuar en nosotros mismos y mirar de transformar nuestro interior que es donde nace todo.
No es fácil esta transformación porque además de disfrutar, con esa verborrea negativa somos bien vistos socialmente. Se lleva, está de moda, no hay más que ver los medios de comunicación.
Los que nos sentimos peregrinos hacia una mejor humanidad, vemos la necesidad de un cambio, partiendo del respeto a la dignidad de cualquier persona que participa de nuestro mismo don, el de la vida.
Cada uno que se mire a sí mismo y cultive la principal cualidad: un corazón compasivo.
Lo que sale de nuestra boca en contra de los demás, nos ensucia a nosotros en primer lugar, después a nuestra preciosa Tierra. Por tanto, somos los primeros perjudicados.
Lo prioritario es acabar el cotilleo de unos contra otros y dejar que la compasión y la aceptación ocupen el primer lugar. Si cada uno en su ambiente hace esto, es suficiente.

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