domingo, 17 de mayo de 2015

Para amar



Cuentan que a un niño en el bautismo 
 le enseñaron lo sagrado.                           
Recibió una caracola:
 Para que aprendas a amar el agua.
Abrieron la jaula de un pájaro preso:
Para que aprendas a amar el aire.
Le dieron una flor:
Para que aprendas a amar la tierra.
Y también le dieron una botellita cerrada:
No la abras nunca,
para que aprendas a amar el misterio.

Esos son los dones que recibimos con la existencia: el agua, el aire, la tierra, el misterio. De todo eso estamos hechos, es nuestra materia sagrada.
El agua nos limpia, una y otra vez actúa sobre nosotros y arranca suciedades incrustadas durante siglos, es un agua hecha de espíritu, por eso es poderosa y eficaz. Y nos sentimos atraídos por su pureza y su fuerza. Ese es el agua que nos lava y refresca interiormente y nos renueva la ilusión para vivir.
Para amar el aire, es otro regalo que viene con la vida, porque ese aire nos alimenta y en cada respiración nos trae el oxígeno necesario para quitar las impurezas de la sangre y hacernos sentir bien.
Para amar la tierra, que es una realidad y también es un símbolo. Porque nosotros también somos tierra y desde ahí contemplamos nuestro cielo, que no tiene materia, al que nos llevan nuestros deseos, y podemos simbolizar como luz que nos alumbra. En nosotros mismos se mezclan cielo y tierra.
Y la botella cerrada como representación del misterio que nos acompaña, y al que nos sentimos atraídos, aun sin entenderlo. Nos atrae porque es un espacio de ternura y paz, que es lo que mejor le va a nuestro corazón.
Dice la Biblia: “Abre la boca y come”. Comemos de todo lo sagrado que simboliza el agua, el aire, la tierra y el misterio. Esos son nuestros alimentos verdaderos, los que nos dan la fuerza que necesitamos y nos sostienen en nuestro peregrinaje.
Para amar en este momento todo lo que es eterno, y me trasciende y da sentido. Para dar mi bendición con gestos cotidianos y creativos a todo lo que ha sido creado para mí, lo que el universo ha puesto a mi servicio.
No somos conscientes de tanto don recibido, de tantas corrientes bienhechoras que nos dan el impulso para vivir. Carecemos de una visión clara de la trascendencia y del infinito, pero tenemos un corazón apasionado que nos empuja siempre a buscar y vivir con plena consciencia. Para amar.

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