miércoles, 18 de febrero de 2015

De gran valor



Nuestras vidas son de gran valor, todas y cada una. Y para vivirlas tenemos todas las ayudas de la energía del universo que está a nuestro servicio.
Esa buena energía hace que cada mañana nos pongamos a vivir de nuevo, a amar otra vez. Qué triste sería morirse sin llegar a saber que somos tan privilegiados.
Tenemos la misión-obligación-alegría de comunicar la noticia del amor que circula a través nuestro. Es un compromiso que tenemos con nosotros mismos cuando comenzamos a ser conscientes de la grandeza de todo cuanto nos rodea.
Si para ello hace falta recibir formación, pues nos apuntamos. Y si tenemos que hacer de pregoneros, lo hacemos. Y hasta nos podemos dedicar a hacer tonterías si eso hace la vida más fácil a nuestro alrededor.
Me preguntaron el otro día qué es para mí la confianza. Respondí que lo es todo. Porque la Biblia me dice: “Hombre, habla en mi nombre, trabaja para mí”. Donde dice “hombre” cada cual que ponga su nombre. Yo ya he puesto el mío y siento que esa llamada es personal.
Yo soy una trabajadora para los asuntos divinos, como lo somos todos, seamos más o menos conscientes de ello. Y esos asuntos no son solo los que llamamos espirituales sino cualquier tipo de actividad o trabajo en el que me embarque. En todo me acompaña la plenitud infinita, porque hay un proyecto de eternidad para mi persona. Y porque se me ha dado el don de la confianza sé que todo va a salir bien porque soy (somos) un árbol plantado a orillas de una gran río de vida, y de sus aguas me alimento y tomo su fuerza prestada.
Cuanto más quiero saber menos sé y cuanto menos comprendo más confío.
Esa es la solución última y definitiva en el enigma de la existencia: confiar. Si de verdad logramos confiar, aún en los más áridos desiertos de la ignorancia total, brotan flores y pequeños oasis de paz, donde reponemos fuerzas para continuar el camino.
Juntemos nuestras manos y nuestras buenas intenciones para hacer el recorrido más fácil, para tender puentes entre los seres humanos y dejar sanadoras vibraciones a nuestro alrededor, en todas las ocasiones.
El primer paso: enamorarnos del misterio de la vida. El segundo: ponernos a su servicio.
Y en todo momento  contemplar, agradecer y disfrutar. Para que podamos arrancar sonrisas hasta de las piedras.

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