Todo lo que
escribo, primero debe tomar vida en mí, amueblar mi espacio interno, para yo
después poder expresarlo. “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12,
34) También dice en el versículo anterior que “por el fruto se conoce el
árbol”.
Solo cuando
me inunda la belleza, soy capaz de expresarla, lo mismo sucede con los
sentimientos negativos: expresamos egoísmo cuando lo tenemos en el corazón,
sacamos rencor solo cuando lo almacenamos. Según lo que echemos en nuestro pozo
interior, eso manifestamos fuera.
Seleccionemos
cuidadosamente las cosas con las que nos llenamos: los ratos de tranquilidad,
de paz, de alabanza, las buenas lecturas de formación, las músicas que nos elevan,
los amigos entrañables que nos hacen bien, los trabajos que nos hacen ser
creativos. Vamos a elegir siempre lo bueno para que se nos quede un poso de
bondad que se vuelque en todas nuestras acciones y decisiones.
Esa vida
grande y humana que vamos cultivando en nuestro interior determinará todo lo
que hagamos, desde lo más insignificante a lo trascendente. He leído en algún
sitio: “La reforma personal produce automáticamente la reforma social, limítate
a reformarte a ti mismo. El mundo se cuidará solo”
Pues, manos a
la obra, construyamos nuestro interior, sólidamente, porque de él dependerá la
construcción de nuestro mundo. De lo que hacemos con nosotros mismos hay mucha
repercusión fuera. Tenemos una gran tarea entre manos, cambiar vidas, y eso lo
haremos tan solo cambiando la nuestra.
Es esencial estar
enamorados de nosotros mismos, conocernos a fondo, gustarnos, regalarnos
piropos y detalles, confiar en nosotros. Esto no es narcisismo, es honrar el
regalo de la vida que se nos da.
De esta
manera podremos transmitir luego esa misma confianza, ese amor. Quien se
rechaza a sí mismo, sin duda está mutilado, tiene obstruido el acceso a sus
tesoros interiores, para estar completo tiene que recuperar la admiración y la
gratitud por la vida que lleva en su misma persona.
Raíz, tronco,
ramas, interior, exterior… todo está intercomunicado. Nuestra parcela de
actuación es muy pequeña, pero no intrascendente. Todo tiene repercusiones
infinitas, porque la creación en la que estamos inmersos no tiene límites.
Que
nuestra voz sea mensajera de trascendencia, que nuestras palabras vayan
cargadas de la paz que llevamos dentro
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