domingo, 7 de julio de 2013

Interior y exterior


Todo lo que escribo, primero debe tomar vida en mí, amueblar mi espacio interno, para yo después poder expresarlo. “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12, 34) También dice en el versículo anterior que “por el fruto se conoce el árbol”.

Solo cuando me inunda la belleza, soy capaz de expresarla, lo mismo sucede con los sentimientos negativos: expresamos egoísmo cuando lo tenemos en el corazón, sacamos rencor solo cuando lo almacenamos. Según lo que echemos en nuestro pozo interior, eso manifestamos fuera.

Seleccionemos cuidadosamente las cosas con las que nos llenamos: los ratos de tranquilidad, de paz, de alabanza, las buenas lecturas de formación, las músicas que nos elevan, los amigos entrañables que nos hacen bien, los trabajos que nos hacen ser creativos. Vamos a elegir siempre lo bueno para que se nos quede un poso de bondad que se vuelque en todas nuestras acciones y decisiones.

Esa vida grande y humana que vamos cultivando en nuestro interior determinará todo lo que hagamos, desde lo más insignificante a lo trascendente. He leído en algún sitio: “La reforma personal produce automáticamente la reforma social, limítate a reformarte a ti mismo. El mundo se cuidará solo”

Pues, manos a la obra, construyamos nuestro interior, sólidamente, porque de él dependerá la construcción de nuestro mundo. De lo que hacemos con nosotros mismos hay mucha repercusión fuera. Tenemos una gran tarea entre manos, cambiar vidas, y eso lo haremos tan solo cambiando la nuestra.

Es esencial estar enamorados de nosotros mismos, conocernos a fondo, gustarnos, regalarnos piropos y detalles, confiar en nosotros. Esto no es narcisismo, es honrar el regalo de la vida que se nos da.

De esta manera podremos transmitir luego esa misma confianza, ese amor. Quien se rechaza a sí mismo, sin duda está mutilado, tiene obstruido el acceso a sus tesoros interiores, para estar completo tiene que recuperar la admiración y la gratitud por la vida que lleva en su misma persona.

Raíz, tronco, ramas, interior, exterior… todo está intercomunicado. Nuestra parcela de actuación es muy pequeña, pero no intrascendente. Todo tiene repercusiones infinitas, porque la creación en la que estamos inmersos no tiene límites.
Que nuestra voz sea mensajera de trascendencia, que nuestras palabras vayan cargadas de la paz que llevamos dentro

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